viernes, 11 de noviembre de 2016

Perdidos en nosotros mismos

Si hay algo que nunca comprendí es por qué la gente no contestaba una carta. Pasados los años ves que era quizás demasiado complicado: sello, sobre, papel, boli, tiempo...

Pero en esta era de la comunicación, en la que tener contacto con los otros más que un derecho es casi una obligación, me cuesta entender que se queden sin contestar whatsapps y demás.

No pido parrafadas de respuesta, no quiero que luego me digan eso tan manido de "no te contesté porque te mereces más que una simple palabra". No, no nos equivoquemos, da igual lo que merezca. Lo que todos merecemos es una respuesta, un simple "gracias", un "yo también te iba a escribir", un "ya te contestaré más ampliamente".

Pero no un silencio. Porque lo siento, pero un silencio ya no tiene explicación.

"Es que tengo mucho trabajo". Solo era poner "gracias". ¿Cuanto se tarda? Probadlo, ¿3 segundos? ¿Tenemos una vida tan tan ocupada que no tenemos ni 3 segundos? Si es así, si el trabajo, los niños, los estudios, no te dejan tiempo para un "gracias", o para un mensaje de acaso 1 minuto, entonces es que tenéis un problema. Y digo tenéis porque yo no estoy en ese grupo. No, no me voy a meter en un lugar que no me corresponde.

Mal que bien contesto cuando me escriben, o me llaman. Le dedico a los demás un tiempo por sus molestias. Un tiempo por haber pensado en mí. Porque al final es solo eso, pensar en el otro, dedicarle un instante... y qué bonito recibir una respuesta.

Mi reflexión no va tanto por las faltas de comunicación sino por el temor a que nos estemos olvidando que tenemos vida más allá del trabajo, de los hijos y de las preocupaciones.

Que la amistad sirve como pegamento para que todo eso no se fracture y para que nosotros no dejemos de ser lo que éramos, con todo y todos lo que éramos.

No hay reproches, solo hay una tristeza profunda por un abandono tan latente de una de las cosas más bonitas del mundo: los amigos.



martes, 8 de noviembre de 2016

Paz interior

Dice el budismo que "la felicidad solo puede surgir de la paz interior, y sin paz interior ninguna situación externa puede hacernos felices".

Que no hay opción de ser feliz solo con aquellas cosas que también nos hacen infelices a veces: el trabajo y su ausencia, el amor y su desamor, los encuentros y los desencuentros.

Esa felicidad que tanto ansiamos está solo y exclusivamente en nosotros mismos. En la forma de afrontar la vida, en la manera de enfrentarnos a nosotros en nuestra soledad, en cómo mirar a los demás.

¿Cuantas veces huimos de nosotros? 
Evitamos los silencios, mirarnos al espejo, sentir libremente.
Tantas veces oímos y decimos: hasta que no estés bien contigo mismo no podrás estarlo con los demás..., pero no aprendemos. 

Tengo ganas de comenzar cada día. Empezar ya a mirar dentro de mí y sacar aquellos miedos que he ido tapando con alegrías. Cuando las cosas van mal y empiezas a echar los pequeños grandes momentos encima, escondiendo lo que algún día te hizo sufrir durante un segundo, no más. 

Sé que soy feliz, bastante feliz de hecho, pero me empeño en ocultarlo detrás de arranques de mal humor, de malos ratos que convierto a veces en dramas. Y que enturbian los instantes maravillosos que me regala la vida, que me regalas tú.

Se busca: persona que hable y escriba bien.

Hoy dejo aquí un texto de Fernando Arranz. Comparto al 100% su reflexión.


Se busca: persona que hable y escriba bien.

Leyendo Ivanhoe, de Sir Walter Scott, me topé con esta frase: “Si Vuestra Majestad lo hace sólo ha de traer consecuencias perniciosas para vuestra causa”. Me detuve un momento y me enredé en la siguiente reflexión: según la difunta antigua regla de escritura, sólo se acentúa cuando equivale a solamente, si mal no recuerdo. Actualmente, por lo visto y con estas modernidades de nuestros padres académicos, queda al arbitrio del autor acentuarla o no. De manera que, en dicha frase, de no acentuarse, tendríamos un evidente problema de interpretación.

Coincidía este hecho con el de haber encontrado hacía poco en un libro de Matemáticas de Anaya (ni más ni menos), otra patada al diccionario en relación con el está, ésta y esta, y cuándo deben acentuarse. En realidad, como bien sabrá el lector, todas las palabras tienen acento, coincidente con el golpe de voz y lo que se hace es ponerle una tilde allá donde las reglas lo indiquen. Pues bien, en dicho libro faltaban unas cuantas tildes donde debía haberlas. Ojeé las últimas páginas y encontré una fogosa advertencia al lector quisquilloso de que ese libro estaba sometido a los rigurosos controles ortográficos de la RAE. De igual forma, parece que sobre este asunto nuestros ilustres maestros han preferido perdonarnos el suplicio de tener que memorizar otra regla más y así, flexibilizándola, curarse en salud. Pero en mi humilde opinión es posible que la lengua del Quijote pierda bastante precisión y riqueza.

Y es que por todos lados son continuas las patadas al diccionario, desde periodistas televisivos (supuestamente licenciados, que no han debido leer media docena de libros, ya no en la carrera, sino en su vida), locutores de radio (de emisoras a priori selectas), libros escolares e infantiles -redactados lamentablemente y con faltas-, textos en internet sin ningún tipo de rigor ortográfico, gente que ocupa puestos de relevancia en empresas escribiendo emails con errores de parvulario, dobladores de cine que no saben diferenciar un infinitivo de un imperativo, incluso y para mi tristeza, amistades doctas y leídas, profesores y escritores, a los que con frecuencia les abandonan estas reglas... En fin, la lista es aterradora, continua y con visos de no tener límite en el espacio-tiempo.

Bueno... ¿y ahora qué? Pues ahora nada, sólo se me ocurrió pensar que si alguno de nuestros Migueles (Cervantes, Unamuno) levantase la cabeza, no sé cómo entendería esta laxitud acomodada y poco exigente de perdonar las “faltas menores”.

Quizá, como Abraham intercediendo ante Dios por Sodoma para que no la destruyese, habría que preguntarle a alguno de esos Migueles, “Y si encontramos al menos a 50 inocentes que hablen y escriban con corrección, ¿no condenarás el idioma español a la hoguera?” A ver qué decían...