viernes, 15 de febrero de 2013

Amanecer



No tenemos buena memoria. Al menos parece que tenemos una memoria demasiado selectiva. Y una negatividad latente. 

Por momentos nos encerramos en una nube tóxica, donde todo es malo, donde no hay ni una rendija, ni una ventana, ni una puerta, por la que salga ese aire nocivo, por la que huir nosotros.

Y le damos mil vueltas a lo mismo, cuando lo mismo quizás ni exista, más allá de nuestras cabezas, de nuestra imaginación. Somos guionistas en potencia de una telenovela venezolana. 

El caso es que para abrir los ojos, y poder a su vez abrir esa puerta y escapar de ese submundo creado, suele ser necesaria una pequeña revelación. Del tipo que sea. En forma de sueño, en forma de charla, en forma de imagen que nos impacta, en forma de vivencia que nos marca. Y en un instante todo cambia, y las cosas feas se convierten en preciosas. Y el sol vuelve a salir, porque todos los días sale pero no todos los días lo apreciamos. 

Y el día que el sol vuelve a salir hay que echar la vista atrás y recordar que viviste en días de oscuridad absoluta, y que hay que aferrarse a la belleza de las cosas, de los gestos, de las personas. 

Porque todo eso es algo objetivo, y lo que es subjetivo es nuestra forma de encararlo. 

No culpemos al otro de nuestra desdicha, cuando somos nosotros quienes nos ofuscamos. 

Así que quizás más que nunca hay que creer en la fuerza del sol. En la fuerza de la mano que te va a aferrar en cada caída, y que es incansable, pese a que tus obsesiones le arrastren con ellas. 

Yo creo en el sol. Sé que sale a diario. Creo en los sueños. Y creo en las realidades. En la mía, en la tuya, en la nuestra. Solo pienso que de vez en cuando tenemos que recordarlo, y volver a coger las riendas de nuestras vidas. 

Porque, para ti: ¿hoy ha salido el sol? Da igual, cada día volverá a hacerlo, quizás podemos quedar para ver amanecer juntos. 

viernes, 8 de febrero de 2013

Me sobran las palabras



¡Qué cansada es la burocracia!

Ir de un lado a otro, a conseguir un papel, a que te firmen otro, te mandan de una ventanilla a la de al lado, tienes que acercarte al banco a pagar esta cantidad, luego vuelves, coges otra vez numerito, haces de nuevo la cola, preguntas, escuchas cosas que no entiendes, no te miran nunca a los ojos, rara vez te explican lo que hay que hacer, con lo cual muy probablemente acabarás teniendo que repetir todo el proceso. Y no te enfadas, ¿para qué? lo único que conseguiría es ponerme yo de mal humor al escuchar la respuesta desagradable del que no tiene ganas de trabajar pero sí un puesto de trabajo.

Pasar por eso durante dos semanas, saber que aún quedan mínimo dos pasos más, resulta agotador.

La vida es a veces agotadora. ¿No somos todos a veces un poco aquel funcionario sin ganas de hacer bien su trabajo? ¿Y muchas otras veces el pobre ciudadano que recibe un vacío como respuesta ante su problema?

Hablas, hablas, sueltas tu dolor por la boca, tus dudas, tus miedos, recibes una mirada a veces, una mínima respuesta en ocasiones, pero da igual. Nadie te va a ayudar, no al menos en estos momentos. Y no porque todo en esta vida lo tenga que solucionar uno por sí mismo. No. Sino porque ayudarte supondría hacer un esfuerzo extra, y ¿estamos dispuestos a ello en estos tiempos?

Yo lo siento por mi pesimismo, pero la experiencia me dice que no, que no pensamos dedicar ni un solo segundo extra a algo que no entrara en nuestros planes iniciales.

Ayudar no es a veces dar un rato de tu tiempo libre, eso es fácil. Ayudar a veces es sacar tiempo y fuerzas de donde no las tenemos para acompañar la soledad del otro.

Dejo de creer en la condición humana. Me sobran cada días más las palabras, por eso a este blog cada día más le faltan esas palabras...