viernes, 28 de agosto de 2020

Zalamera

Te enfadabas conmigo: “Eres una zalamera”. Cuando en un restaurante hablaba de más con el camarero, o en el taxi con el conductor, o en la tienda con la dependienta.


“Es que te enrollas como las persianas. ¿Por qué tanta charla?”
No eran celos. Sabías que era algo natural, instintivo casi, que me salía solo cuando tenía que relacionarme con alguien.

Siempre pensé que sería más fácil llevarse bien con las personas que lo contrario, y más cuando te iban a atender. Así que actuaba de esa manera, sonreía, entablaba conversación y me sentía bien.
Rara vez la respuesta que encontraba era negativa, al contrario. Pero tampoco buscaba nada.

- “Zalamereas hasta con el cura en el entierro”.
- “Nunca se sabe si podré sacar algo positivo de ello”.

Me llamabas zalamera, pero nunca lo hiciste como una crítica. En el fondo te encantaba esa cualidad, esa manera de conseguir la sonrisa de los demás.

Porque en realidad, así es como conseguí tu sonrisa desde el primer día.

Zalamera, lo sabes mejor que nadie.  

jueves, 27 de agosto de 2020

Yaya

Le gustaba que sus nietos le llamaran yaya. No abuela, ni abuelita, ni otra cosa. Era la yaya. Y se llenaba de orgullo si alguno de sus pequeños se lo decía.


Abuela sonaba muy serio, como de persona más mayor, más arrugada, una anciana de las de antes.

Y ella, que ya tenía los 70 más que vividos aún se sentía muy joven, y quería que ese espíritu le acompañara siempre.

La yaya cocinaba, no muy bien, porque nunca le gustó, pero sí todo lo que sus nietos le pedían. Les recogía del colegio, incluso dejando de ir a sus clases de repostería en el Centro de Mayores. Se quedaba con ellos en casa cuando alguno caía enfermo, aun sabiendo que ella podía enfermar también.

Y ahora de repente había llegado el virus ese extraño del que todo el mundo hablaba, y le obligaban a quedarse sola en casa, sin más compañía que la de sus recuerdos.

No podía ver ni abrazar a sus hijos, ni tampoco a sus nietos. Y ahora su nombre de “yaya” era solo una forma de hablar, no de ejercer.

Se sentía más sola que nunca, triste, vacía. El tiempo parecía no avanzar, pero mientras tanto paradójicamente le robaba horas, días, semanas de vida.

La pantalla del móvil se iluminó. Empezó a sonar, vibrando a la vez. Aparecía de fondo la cara de su hija mayor, la foto que tenía puesta para reconocer su llamada enseguida. Pero ponía algo de videollamada. “A ver qué quiere ahora”, pensó la yaya.

Dio al botón verde y ante sus ojos aparecieron sus nietos, felices y sonrientes.

“¡Yaya, yaya! Qué guapa estás. Te echamos de menos, te queremos mucho”.

La yaya, que volvía a sentirse joven y contenta, apenas hablaba, solo miraba el móvil, con lágrimas de felicidad, y veía esas caras infantiles que se peleaban por hablar con ella. Y en ese momento, olvidó todo el sufrimiento de los últimos tiempos y se dejó llevar por la alegría, por la suerte de tener la familia que tenía y de seguir viva en unos tiempos tan convulsos.

“Yaya, cuando te vea vamos a darnos muchos besos”.

“Ojalá”, pensó ella. “Ojalá lleguen los besos pronto y volvamos a vivir. Sin miedo”.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Xeneize

Llevaba su camiseta azul con la franja amarilla horizontal a todos lados.

Era su uniforme.

Cada día de partido se dirigía a La Bombonera, atravesando parte de Buenos Aires, para animar sin parar a su equipo.
Boca Juniors para él era mucho más que su equipo: era su familia, era su amigo, era su hermano, era su novia, era su hijo.

Quería más a su club de lo que jamás había querido a una mujer. Estaba enamorado de su historia, de sus colores, de sus cánticos, de su magia.

El fútbol quizá era lo menos importante de todo.

Ser xeneize, era su vida. No recordaba ningún día feliz sin esa camiseta puesta. Esos colores que tan bien combinaban y que le hacían, al ponerse la zamarra, sentirse como si fuera a jugar él.
Su vida no era mejor ni peor que la de muchos de sus amigos.

Bueno, justo en este momento sí era algo peor, mucho peor, que la de todos sus amigos. La navaja le había atravesado el corazón. El hincha del equipo rival fue más rápido que él en el enfrentamiento.
No, la camiseta no le iba a salvar. Más bien había sido su peor enemigo.

Pero mientras el aire se escapaba de sus pulmones, mientras exhalaba su último suspiro, él sintió que estaba en el centro de La Bombonera y todo el público le estaba dando su mejor ovación. Campeón, campeón en La Bombonera. Cerró los ojos y sonrió por última vez. 

martes, 25 de agosto de 2020

Walkman


Anclado en el pasado.

Aún no tiene un Smartphone, se conforma con su viejo Nokia 3310 para poder recibir llamadas.

Puedes visitar su casa y no podrás conectarte a una red Wi-Fi, porque ni siquiera tiene internet.

La casa está llena de libros, de periódicos del día, y de días pasados. Revistas antiguas. Un ebook es algo tan extraño para él que no quiere siquiera que le intenten explicar. Tampoco él se molesta en explicar a nadie lo maravilloso que es oler las páginas de un libro de papel, y tocar su portada.

No le digas que pida un Uber o un Cabify, o que traigan comida a domicilio a través de Just Eat. A veces, como último recurso, sube a casa algo de comida del bar de abajo.

Apenas sabe lo que es Netflix o HBO, y Amazon le suena porque a veces le quieren dejar en su casa los paquetes de la vecina. Sigue viendo el Telediario de la 1, y apenas ve ninguna otra cadena en su vieja televisión.

En ocasiones se ve alguna película en VHS, de las tantas que tiene grabadas, de aquella época gloriosa en que los vídeos eran un objeto de privilegiados.

Como el tocadiscos, una auténtica reliquia que aún le sirve para escuchar su música. Tan moderna como la actual. “Esto sí que es música y no lo que se escucha ahora”.

No es tan mayor. Ni siquiera ha llegado a los cincuenta años, pero no quiere ir más rápido que el tiempo y perderse cosas que siempre le fascinaron.

Por eso, al acostarse, se pone su viejo Walkman Sony, un aparato naranja que le trajo su padre de un viaje a Frankfurt, y escucha alguna emisora de radio para dormir. Solo así, solo con las voces de los locutores consigue conciliar el sueño, y es ahí, durante esas horas de descanso, en las que vive grandes aventuras en la modernidad.

Y al despertar, se quita su Walkman Sony Naranja y vuelve a empezar un día de lucha contra la tecnología. Él sabe que la batalla está casi perdida, pero aún quiere seguir peleando.

lunes, 24 de agosto de 2020

Vivir

 

¿Y si el mundo se había acabado?



Despertó sobresaltado, sudando, con las sábanas hechas un ovillo al pie de la cama. Demasiadas pesadillas esa noche, demasiado calor, incluso frío.



Sonrió, pero de repente volvió a pensar, ¿y si el mundo se había acabado?



¿Y si su sueño era realidad?



Se despertó todo lo rápido que pudo, y se dio un golpe en el dedo gordo del pie. “Buen comienzo”, pensó.



En la casa no había nadie. Ni su mujer, ni sus hijos, ni los perros, pero sí todo por el medio, como si hubiera habido una guerra. Los restos del desayuno encima de la mesa. Los platos sin fregar. La basura sin sacar. Y las mochilas del colegio tiradas por el suelo, con todo fuera: libros, cuadernos, estuches, y juguetes. “¿También llevan juguetes al colegio?”



Se vistió rápido. Se lavó la cara en un baño completamente desordenado, con las toallas sin colgar, los cepillos de dientes en medio del lavabo…



“¿Qué estaba pasando?”. Su casa solía ser un lugar limpio y ordenado.



Salió fuera e intentó coger el ascensor, pero estaba ocupado, aunque ni subía ni bajaba. Decidió bajar andando. De dos en dos los escalones, tropezando en varias ocasiones.



Al salir a la calle notó el aire gélido de febrero, y un inusitado silencio. Ningún coche, ningún peatón, las tiendas cerradas o a medio abrir. El sol no quería salir del todo y una extraña nube gris ocupaba todo el cielo.



Aceleró el paso. Corrió, para llegar a ningún lado, para encontrar algo o alguien. Para que su corazón dejara de latir a un ritmo infernal. La realidad era igual que el sueño que acababa de tener. Y no sabía qué hacer. Ya había despertado, todo se había terminado.



El mundo se había acabado. “¿Merecía la pena seguir adelante solo?”



Cerró fuerte los ojos, apretó los puños, y empezó a oír una melodía que le resultaba familiar. Insistente, venía de… venía de su cabeza. Sonaba y sonaba. Retumbaba.



-“Despierta dormilón, apaga la alarma del móvil que otra vez lo has dejado debajo de la almohada”.



Abrió los ojos, esta vez de verdad, y el mundo no había acabado, ni mucho menos.



Se sintió feliz, se sintió vivo. Vivir solo es eso: vivir. Despertar cada día y entender que somos unos privilegiados porque de nuevo se nos ha dado el regalo de vivir, y de no hacerlo solos en un mundo acabado.



.

 

 

 

domingo, 23 de agosto de 2020

Único

Eres único. Nadie podría nunca decir otra cosa de ti.

Tu forma de vivir la vida, tu forma de creer en la muerte, tu manera de sonreír, y hasta tu manera de llorar. Único.

Me refiero a lo imposible que es que haya alguien que se parezca a ti en algo, en cualquier cosa: en nada.

Tu forma de amar es única. Y tu forma de odiar, de odiarme. Tu forma de caminar, tan a saltitos. Tu horrible voz al cantar, inigualable. Tus gestos al bailar, esa mezcla entre feos y desesperantes. La manera de abrazar, de abrazarme. Tu olor, tu mirada, tus silencios.

Tus sueños son únicos, tus realidades mucho más.

Porque eres uno, eres único, eres tú, diferente e igual, compartiendo ciertas cosas con millones de personas, pero a la vez siendo distinto, otro, único.

Como todos, irrepetibles, imposibles, fundamentales.

Únicos para alguien, únicos para nosotros mismos. 

sábado, 22 de agosto de 2020

Tormenta

Sonaban los truenos, centelleaban los relámpagos. El ruido de la lluvia era incesante, y ella se encogía tapándose con la suave manta.


La televisión de su pequeño salón estaba apagada, solo una pequeña lámpara de pie iluminaba la estancia, acogedora. Una vela de vainilla desprendía su aroma.

Ella leía, o lo intentaba, porque no conseguía concentrarse lo suficiente. “Aún estaba intentando digerir el mensaje de White…” Era la tercera vez que leía la misma frase.

Cada poco tiempo miraba el móvil. Nada. Cuando el tiempo pasa lento nunca llegan los mensajes. Miraba la hora, o no, pero desbloqueaba el móvil para hacerlo.

Volvió al libro: “el mensaje de White cuando la persona que más odiaba del mundo…”

Un tremendo resplandor iluminó la habitación. Ella cerró los ojos. Estaba nerviosa. Cada vez la lluvia sonaba más y más fuerte, golpeando los cristales de la casa.

Por fin de pronto la puerta sonó. Él entró empapado, sonriendo.

Ella se relajó al fin, con él, ahora sí, había llegado la tormenta perfecta.

viernes, 21 de agosto de 2020

La sonrisa

Sonríe. Quiere salir bien en la foto, sacar su mejor cara, que parezca que todo va de maravilla. 


Total, está de vacaciones, ¿cómo no va a estar bien? El lugar donde se encuentra es paradisíaco, uno de esos enclaves de postal. 


No tiene compañía, va solo. Esta vez los astros se han alineado y nadie ha podido ir con él... o no han querido, pero no, no, seguro que no es eso. 


Así que sonríe. El paisaje es precioso. Qué pena que la gente no pueda ver lo increíble que es esta cala. Bueno, para eso está la foto. 


Tú sonríe, luego le pones el filtro ese nuevo que te pone los ojos más brillantes, y el modo 'beauty' de la cámara. Nada puede fallar. 


Está solo, nadie quiere acompañarle ni hablar con él, su trabajo es una basura y vive en un piso de alquiler compartido con dos familias. 


Pero ahora sonríe, que si logro que le den Me gusta a la foto todo habrá merecido la pena. 


La gente me envidiará por esa foto. ¿Importa acaso que mi vida esté vacía? 


Yo sonrío, salgo bien en la foto, la luz es preciosa, el lugar es genial y lo único que importa son los Me gusta de las redes sociales. 


Hoy soy un triunfador, sonrío. 

jueves, 20 de agosto de 2020

Rencor

Me dijiste que me perdonabas. Que podías entender que un desliz lo tuviera cualquiera, y que tu amor por mí era tan grande que podrías seguir adelante. Pero no seguiste. No volviste a ser la misma que eras.


Me mirabas con desdén, con un deje de superioridad a veces que nunca podré superar. Tus palabras no dolían, porque parecían no ir ya dirigidas a mí. Eran tus silencios lo peor, lo que más me dañaba. Rasgaba mi corazón, al que intenté proteger con una coraza, pero era imposible.

Ya no eras la misma. Yo no era el mismo. Porque temía volver a hacerte daño, porque me dijiste que me perdonabas, pero no fue verdad.

Y nada te reprocho. Tampoco te entiendo. Pero te quiero. Y por eso, ese odio que sientes hacia mí en lo más profundo de tu ser, yo lo elimino del todo.

Solo tengo un corazón roto por tu ausencia, porque me prometiste un perdón pero me regalaste el rencor. 

miércoles, 19 de agosto de 2020

Quisiera

Quisiera borrar los errores, para no vivir ahora un presente diferente al soñado.

Quisiera no haber hecho daño, para no llevar encima esa carga tan pesada.

Quisiera haber hecho todo lo que no hice, por miedo a fracasar o a no saber acabarlo.

Quisiera haber sido de otra manera, para no sufrir tanto por los demás.

Pero si borrara los errores borraría mi vida.

Si no hubiera hecho daño no me habría esforzado por curar y curarme.

Si hubiera hecho todo lo que no hice no me quedarían retos por cumplir.

Si hubiera sido de otra manera no sería yo, sería otra persona.


martes, 18 de agosto de 2020

Pasión

Mirar tus ojos es perderme totalmente. Olvidar quién soy, dónde estoy, dónde voy.

Sentir tu pupila atravesando la mía, no querer apartar la mirada, no poder hacerlo.

Unos ojos que te atrapan, una mirada que te descoloca.  La forma, el color, la manera de observar, el modo de observarme. Sobran todas las palabras, aburre cualquier sonido, llena el corazón.

Pasión. Solo eso. Pura pasión.

lunes, 17 de agosto de 2020

La oscuridad

Olvidó todos sus miedos infantiles y se metió en el pequeño agujero que había encontrado en la casa. Empezó a caminar, agachándose cada vez más, casi a rastras.


No había tenido la previsión de coger una linterna, un mechero, o simplemente el móvil, con lo cual la oscuridad era total. Esperaba poco a poco ir adaptando la vista al lugar que iba ocupando.

De pronto chocó contra una pared. Ahí estaba. Esa era la habitación sobre la que durante tanto tiempo había oído hablar cuando era pequeño.

Sintió que había alguien. Se asustó. El sudor frío le empezó a recorrer el cuerpo.

-“¿Hola? ¿Hay alguien?”

Se oyó el crujido del suelo. Alguien estaba ahí, pero intentaba esconderse.

-“No voy a hacerte daño. Solo estaba visitando este lugar. Puedes salir…”

Se hacía el valiente, pero por dentro estaba temblando.

De repente se le vino una idea tonta a la cabeza: “en la oscuridad todos somos del mismo color”. Y pensó en la cantidad de inmigrantes ilegales que llegan a esa zona en esta época del año.

En que encontrarlos ahora podría suponer un problema. Y que él solo estaba cumpliendo con una aventura infantil.

¿Por qué cambiar la vida de alguien que pretendía salir adelante?

Se empezó a dar la vuelta, para salir de allí. Sus ojos, ya adaptados al lugar pudieron ver los ojos de él, de ellos. En efecto, en la oscuridad todos somos del mismo color. Y el miedo nos atenaza cuando no sabemos a qué nos enfrentamos. 

domingo, 16 de agosto de 2020

Ñoño

- “Me desesperas cuando te pones tan ñoño. Esa actitud infantil, que parece que te vas a echar a llorar”.


- “Sí, siempre me lo has dicho. Siempre me lo han dicho. Y quizá por eso lo sea. ¿Qué fue antes? Tal vez yo no era ñoño, pero me lo empezaron a decir y acabé convirtiéndome en ello…
La gente debería pensar más lo que se dice a los niños.”

- “Tendríamos que decirles que son súper héroes, según esa forma de pensar”. Cierra los ojos y gira la cabeza, no le soporta. No puede con esa ñoñería, y ese papel de filósofo barato.

- “Tendríamos que decirles lo que son. No lo que creemos que son. Tendríamos que saber mirar y entender mejor. No existe un niño tonto, existe un niño que hace tonterías. Ni el niño del vecino es el más listo del bloque, solo que en algún momento o tema destacará sobre el resto”. Echa la cabeza hacia atrás en el sofá, y sonríe. Le encanta desquiciarla con estas conversaciones.

-“Hay que poner la lavadora”.

-“¿Alguna vez te has parado a pensar que la lavadora es una metáfora de la vida?”

-“Me sacas de quicio. ¡Ñoño!”

- “Te encanto, y lo sabes. Qué palabra tan bonita: ñoño”.

Y se besan. Y en ese beso tan ñoño hay tanto amor como incoherencia. Pero, ¿quién dijo que el amor debía ser coherente?

sábado, 15 de agosto de 2020

Nunca digas nunca

A la vida le gusta jugar con nosotros. Nos acaricia en ocasiones para que nos confiemos, y luego cuando te despistas te muerde con fuerza. La vida juguetona.

Conducía a más velocidad de la permitida, por esos lugares que había prometido no volver a visitar. La música retumbaba y el coche se movía al ritmo de su sonido.

Apenas se veían las líneas de la carretera. El pie derecho le dolía incluso de tanto pisar el acelerador. Estaba poniendo el vehículo al límite, estaba poniéndose él mismo al límite. En una mano el volante, en la otra el móvil, él grabándose, y en el suelo del coche los restos de una fiesta poco recomendable si vas a conducir.

Una curva a la derecha, otra más cerrada también a la derecha, una recta para coger fuerzas y de nuevo una curva, esta vez a la izquierda. Las ruedas chirrían, el tubo de escape resopla, harto de aguantar tales embestidas. Y la muerte empieza a asomarse detrás de la vida, mostrando una sonrisa pícara, sabiendo que el juego ha empezado.

Vida y muerte, a partido único. La muerte sabe que hoy lleva ventaja, y la vida está un poco cansada de tener que apelar siempre a la heroica, y marcar el gol en minuto 93.

Por eso hoy lo fácil sería rendirse, dejarse llevar y aceptar que el camino más fácil es la muerte.
Pero es la vida, y la vida nunca se rinde. Nunca deja de luchar, aunque esté en el escenario más difícil y frente al rival más complicado. Nunca te abandona, porque quiere que sigas el juego.

Así que hoy toca echar una mano, en forma de aviso de que la gasolina se acaba. Y apaga la batería del móvil de golpe. Y deja que él se relaje y deje de pisar el acelerador, casi ya con el pie acalambrado. Poco a poco la velocidad baja, y la muerte se retira enfadada consigo misma, por haber estado más lenta.

Pero es que nunca, nunca, hay que rendirse. Nunca. Porque en cualquier instante la vida puede querer sacar la cara por nosotros, y es una pena fallar a quien de verdad nos quiere.

viernes, 14 de agosto de 2020

Madrid

Pensaba en ese momento que se quedaría allí para toda la vida.

Las playas de agua cristalina, de arena sedosa, de atardeceres paradisíacos, donde el tiempo pasa como un susurro, y la sonrisa es la mascarilla que llevamos puesta a todos lados.

Donde la felicidad parece infinita y el final del día llega en un vaivén de alegría.

Ahí, ahí se quedaría toda la vida, si no fuera porque en realidad le gusta el ritmo alocado de su ciudad, los coches moviéndose al ritmo del caos, las personas paseando… no, paseando no, corriendo en continuo movimiento. Ruido, estruendo, nervios.

No hay playa. Mejor así: la excusa perfecta para viajar cada año a un lugar con mar.

Llena de gente, llena de vida, llena de odio, llena de amor, llena de incoherencias.

La ciudad donde vive es parte de sí misma, porque su ritmo le ha invadido como un virus, y no quiere frenarse. Quiere seguir adelante, y cada día más seguir aprendiendo a sobrevivir en esta jungla.

Porque también ella es así: llena de vida, llena de odio, llena de amor, llena de incoherencias.

La ciudad y ella son una sola. Son la misma. Son Madrid. Soy Madrid. 

jueves, 13 de agosto de 2020

Leo

Del 23 de julio al 23 de agosto.


“Agosto se presenta tormentoso y probablemente apasionado (y apasionante). Intensa creatividad y afán de protagonismo. Algo intolerante, por lo que son posibles conflictos con quien no esté de acuerdo contigo. La Luna llena del día 15 influirá en tus emociones y creará ideas fantásticas. En amor: atracción fatal, ideas fijas”.

No había duda de que el horóscopo de esa semana reflejaba totalmente su realidad, tan llena de dudas en los últimos tiempos. Siempre dicen que los horóscopos son un invento, que te dicen lo que quieres leer o escuchar, que son solo palabrería barata. “¿Y ahora qué? ¡Lo ha clavado! ¡Está pasando todo tal cual!”

Siguió sentado en la piscina haciendo sus crucigramas, ahora más feliz aún porque podría recordarle a su chica que él tenía razón y que el horóscopo decía justo lo que estaba pasando.

Hizo el Fotocrucigrama, el Crucigrama silábico, un par de Cruzadas, incluso una Sopa de Letras, aunque le resultaban aburridas.

Cerró su cuaderno “Especial Crucigramas”. Número 22. 325 pesetas.
Sonrió para sí mismo. “¿Palabrería barata?

Seguro que hace 18 años sucedió así”. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

Karma

 - “Que no, que el karma es otra cosa. Que merece la pena portarse bien en esta vida para recibir recompensas en esta misma”.

- “Pues para mí el karma es más bien eso de que si eres bueno ahora tendrás otra vida en otro cuerpo mejor aún”.

-“Claro, y si te portas como un cabrón te conviertes en hormiga, ¿no?”

- “Justo, tú una hormiga, yo un tío forrado. Porque soy un cacho de pan. Aprende de mí”.

Mientras corría por el paseo marítimo se acordaba Klaus de su conversación con Kurt, una charla adolescente que tuvieron hace más de veinte años.

 “Tonterías. Patrañas. Mamarrachadas. Estupideces. Boberías”.

Su mente se disparaba hacia los lugares más rebuscados. Desde recuerdos del pasado a jugar con las palabras.

“Karma, calma, cama, cala, lama, laca, carca, karma, Karla”

Karla le había dejado y todo le llevaba a ella. Cada palabra, cada recuerdo, porque sabía que en esa conversación de cuando eran jóvenes había mucho de verdad: hubiera debido portarse bien en esta vida para recibir recompensas en esta misma.

Y ahora estaba solo, había perdido su familia, había desperdiciado su vida, y solo le quedaban kilos y kilos, de peso y de dinero. Para vivir solo, sin Karla, sin karma. Sin querer vivir.

martes, 11 de agosto de 2020

Jueves

Como cada jueves salió a dar un paseo por el Retiro.

Misma hora –seis de la tarde-, mismo recorrido. No era el parque más cercano a su casa, ni siquiera era el parque que más le gustaba.

Pero como cada jueves enfiló la recta que le llevaba a la estatua del Ángel Caído.

Se sentó en el mismo banco que ocupaba cada jueves, a la misma hora, en el mismo sitio.

A veces estaba ocupado y disimulaba el tiempo que fuera posible hasta hacerse con él.

Entonces sacaba su libro, cada jueves el mismo, en el mismo banco, a la misma hora, en el mismo parque. Y esperaba hasta las ocho.

Y las personas que pasaban quizá eran las mismas, pero ya no formaban parte de su cuadro perfecto: mismo parque, cada jueves, mismo sitio, misma hora, mismo libro.

En ese puzzle siempre faltaba una pieza: ella. Quien había estado aquel jueves de hace 3 años en el Retiro, en el mismo banco, a la misma hora, en el mismo sitio, con el mismo libro.

Sabía que nunca más estaría allí, pero ese acto era su pequeño homenaje de recuerdo.

“Nunca olvides el jueves en que nos conocimos. Seis de la tarde, sentados en este banco, leyendo ambos el mismo libro. Prométeme que siempre lo recordarás”.

Y él, que nunca había roto una promesa, volvería cada jueves al mismo parque, a la misma hora, al mismo banco, con el mismo libro, pero sin ella.

lunes, 10 de agosto de 2020

San Isidro

Cada 15 de mayo podría ir a la pradera, a celebrar el día del Santo.

En la verbena, entre chotis y chulapas, entre parpusas, entresijos y bocatas de calamares, podría evocar su recuerdo. Entre tontas y locas, entre niños que empiezan y mayores que se despiden.

San Isidro es cada día, el día de su padre, el día de su referente, el día del patrón - no de su ciudad- sino del barco de su vida.

Una ausencia que le llena a diario, que le enseña con su recuerdo y le acompaña con su vacío.

Los que ya no están son, en ocasiones, quienes más cerca están.

Un día más sale a la calle. A pasear de su mano, pero sin él. A recordar su perfume, pero sin saber qué colonia llevaba. A intentar rememorar su voz…

A celebrar cada día San Isidro, con el recuerdo de quien fue, es y será su as de guía en la vida.

domingo, 9 de agosto de 2020

La huída

No sabía cuánto más aguantaría corriendo.

Sentía los pasos muy cerca, podía escuchar su propio corazón a punto de salir por la boca.

 

Sus piernas aún respondían, pero cada segundo que pasaba le enviaban la señal al cerebro: "al siguiente paso caeré". Notaba esa flojera que te avisa de que está cerca el final.

 

"Corre, por favor, no te rindas ahora. Sólo un pequeño esfuerzo más. No puedes fallar".

 

Intentó atrapar el aire con su respiración, pero el oxígeno entró casi haciendo daño. Sus pulmones no aguantaban, sus jadeos cada vez eran más constantes. Intentó mirar hacia atrás.

 

De repente no se oía nada. Frenó en seco y se dejó caer con la espalda apoyada en el árbol. Agachó la cabeza entre las rodillas y respiró profundamente. Caían las gotas de sudor.

 

Quizá todo había acabado ya. ¿Se habría rendido? ¿Habría logrado suficiente ventaja?

 

Volvió a respirar fuerte. Y se empezó a incorporar.

 

Lentamente se asomó por detrás del árbol...

 

- "¡Te pillé!", gritó su prima asustándole.

 

- "No hay quien pueda huir de ti, eres demasiado rápida. ¿Cambiamos de juego?"

 

sábado, 8 de agosto de 2020

Gigante

Salió a pasear como hacía a diario.


Un poco más alejado de su casa, pero no demasiado, ya que tenía la suerte de vivir en un pequeño pueblo de montaña, rodeado de paisajes que todos buscamos , por desgracia no para recordarlos, sino para hacerles fotos.


Caminaba con la mente distraída, mirando más al suelo que al cielo, defecto de un urbanita que no llevaba mucho tiempo viviendo en el campo. El sonido de la naturaleza le acompañaba. Sus pasos, rompiendo ramas, a veces más arrastrados de lo que un buen paseo debería. Las botas acumulando polvo, sumando kilómetros, tomando distancia con la realidad.

Poco a poco se sintió cansado y decidió parar. No había que seguir más allá.

Se sentó en una roca, sacó de la mochila su botella de agua, aún fresca. Se quitó la gorra y bebió con avidez. Descansó los brazos sobre las rodillas, suspiró, miró a su alrededor, y dijo en voz alta: ha llegado el momento.

Se asomó al barranco que tenía a sus pies. Observó el horizonte y volvió a suspirar. Tomó aire, cerró los ojos, pensó en todas las cosas que tenía, más aún en las que había perdido, y pensó que era la hora.

Sí, la hora de volver a casa. La naturaleza una vez más le había hecho sentirse un auténtico gigante. 

viernes, 7 de agosto de 2020

Frágil

Frágil, como la copa de cristal en casa de tu madre, esa que lleva años en el aparador y que temes limpiar (o usas como excusa para no hacerlo nunca).

Frágil. Estaba harta de que siempre le dijeran que era frágil. Que ante cualquier cosa se derrumbaba, que estaba desperdiciando su vida, y que tenía que animarse y salir más. Así conocería a alguien.

“Frágil”, repetía ella. “Frágil es quien piensa que necesito de alguien para ser feliz. Frágil quien se apoya en otras personas para darle sentido a su vida. Frágil tú, que utilizas tus palabras para herir a quien crees que es más débil que tú, aunque no lo sea”.

Repetía una y otra vez la palabra en su cabeza, frágil, frágil, frágil, frágil. Como cuando de pequeños repetimos tontamente la palabra “jamón” y así cambiamos su sentido. “Jamón, jamón, jamón, jamón”. Ese pensamiento le hacía sonreír. Qué sencillo el ser humano, que en esencia sabe disfrutar, y cuando va creciendo solo sabe buscar problemas para alimentar el sufrimiento.

Frágil no significa nada cuando se repite una y otra vez. Ninguna palabra significa nada. O solo lo que tú quieras pensar. La fragilidad, tan llena de defectos como plagada de virtudes.

Dejemos de pensar: “Jamón, jamón, jamón, jamón”.

jueves, 6 de agosto de 2020

La elección

Me mirabas con esos ojos que siempre supieron lo que pensaba.
Tu media sonrisa me decía tantas cosas, pero tu lengua afilada decía muchas más.

Me estabas pidiendo una respuesta, querías ya una solución que ni mucho menos estaba en mis manos, ni en mis palabras. Pero la paciencia nunca fue una virtud para ti.

Querías la respuesta y la querías ya.

- “¿Me quedo o me voy?”

No, no me hagas elegir a mí. No me digas a mí que tome una decisión que podría cambiar todo. Que convertiría cada error en un reproche.

- “Tu silencio me lo dice todo”.

No, no te lo dice. Mi silencio es solo eso, silencio. Lo que dice todo es tu forma de interpretarlo.

¡Quédate! O mejor, ¡vete!

No sé, haz lo que creas más conveniente. No hagas nada, deja pasar el tiempo, cambia esa mirada fría por la mirada que puede derretirme, como si fueras un súper héroe. Bésame, dame un abrazo, quédate, márchate, pero no me hagas elegir.

Porque nunca habrá una elección correcta si las opciones son cabeza o corazón. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

El despertar

Tiene solo diez años. Y empieza a despertar de verdad a la vida.
Porque cuando era más pequeño prefirió no hablar, para quedarse observando con sus ojos grises todo lo que le rodeaba, lo que le sorprendía, lo que le gustaba. No se quejaba, no protestaba, no tenía una mala palabra, porque iba poco a poco descubriendo el mundo, sin prisa alguna.

Acción-Reacción. Pero sin palabras.

Y ahora, con la década a cuestas (aunque pocas cuestas ha subido aún) empieza a despertar.

Y siente más alegría que nunca, pero también más dolor. Porque en los sentimientos el uno va unido al otro. Porque ríes mucho y lloras igual.

Tiene ganas de aprender, pero aún le gusta quedarse detrás, como si no quisiera destacar, porque sabe que quien sobresale se lleva los mayores aplausos, pero también las más feroces críticas.

Y así, él espera. En su sitio tranquilo, con su mirada serena, con su sonrisa firme, despertando a la vida, despertando cada día sabiendo que hoy también le toca ser feliz. 

martes, 4 de agosto de 2020

En calma

No sigas por ahí: calma.

Frena ese pensamiento, detén esa idea, calma, calma.

Disparas al hablar, atropellas al andar, machacas al opinar. Calma, calma.

Me estás haciendo daño, te estás haciendo daño. Estás acabando contigo, conmigo, con el mundo. Calma, calma.
.
.
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Así, mucho mejor, respira, recapacita, reflexiona, re-calma.

Todo mucho mejor. Te veo bien, te escucho feliz, te siento como siempre. Será la calma, será que me calmas, será que me llamas, será que me reclamas.

La calma. En mí. La calma que me hace sonreír sin saber por qué. 

lunes, 3 de agosto de 2020

La búsqueda


Comprendió que se había perdido.
No reconocía lo que le rodeaba: las calles, los sonidos, las personas. Se había perdido.
Y no hay peor forma de iniciar la búsqueda cuando quien se ha perdido es tu propio yo.

Al amanecer



Se quedó mirando con melancolía el amanecer.
Solo escuchaba el sonido de las olas, chocando en la playa.
Sus amigos estaban a su alrededor cantando la última canción que había sonado en la discoteca. Era un momento de extrema felicidad para ellos, regada con alcohol, con besos, con exaltación de la amistad.
Aquel  momento que recordarían porque estaban a 400 kilómetros de casa, con un coche prestado por el padre de uno de ellos, sintiendo la libertad del momento, pero sin percatarse de la belleza de la imagen.
Ella en cambio estaba en ese universo paralelo, lleno de nostalgia, de fuerza, de ensoñación.
Cerrando los ojos en ocasiones, con más fuerza de lo habitual, como si así pudiera retener lo que estaba viendo. “Mantén esta imagen en tu cabeza, venga, hazlo, llena el alma del recuerdo de esta luz, del sol que nace, de las olas que vienen y van, y de tus amigos que ríen sin parar. Hazlo tuyo”.
Amanece, aférrate a ese nuevo momento del día, de la vida. Hoy de nuevo empieza todo, hoy de nuevo sigues viva para poder hacer todo lo que te propongas.
Al amanecer. ..