Frágil, como la copa de cristal en casa de tu madre, esa que lleva años en el aparador y que temes limpiar (o usas como excusa para no hacerlo nunca).
Frágil. Estaba harta de que siempre le dijeran que era frágil.
Que ante cualquier cosa se derrumbaba, que estaba desperdiciando su vida, y que
tenía que animarse y salir más. Así conocería a alguien.
“Frágil”, repetía ella. “Frágil es quien piensa que necesito
de alguien para ser feliz. Frágil quien se apoya en otras personas para darle
sentido a su vida. Frágil tú, que utilizas tus palabras para herir a quien
crees que es más débil que tú, aunque no lo sea”.
Repetía una y otra vez la palabra en su cabeza, frágil,
frágil, frágil, frágil. Como cuando de pequeños repetimos tontamente la palabra
“jamón” y así cambiamos su sentido. “Jamón, jamón, jamón, jamón”. Ese
pensamiento le hacía sonreír. Qué sencillo el ser humano, que en esencia sabe
disfrutar, y cuando va creciendo solo sabe buscar problemas para alimentar el
sufrimiento.
Frágil no significa nada cuando se repite una y otra vez. Ninguna
palabra significa nada. O solo lo que tú quieras pensar. La fragilidad, tan
llena de defectos como plagada de virtudes.
Dejemos de pensar: “Jamón, jamón, jamón, jamón”.
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