lunes, 24 de agosto de 2020

Vivir

 

¿Y si el mundo se había acabado?



Despertó sobresaltado, sudando, con las sábanas hechas un ovillo al pie de la cama. Demasiadas pesadillas esa noche, demasiado calor, incluso frío.



Sonrió, pero de repente volvió a pensar, ¿y si el mundo se había acabado?



¿Y si su sueño era realidad?



Se despertó todo lo rápido que pudo, y se dio un golpe en el dedo gordo del pie. “Buen comienzo”, pensó.



En la casa no había nadie. Ni su mujer, ni sus hijos, ni los perros, pero sí todo por el medio, como si hubiera habido una guerra. Los restos del desayuno encima de la mesa. Los platos sin fregar. La basura sin sacar. Y las mochilas del colegio tiradas por el suelo, con todo fuera: libros, cuadernos, estuches, y juguetes. “¿También llevan juguetes al colegio?”



Se vistió rápido. Se lavó la cara en un baño completamente desordenado, con las toallas sin colgar, los cepillos de dientes en medio del lavabo…



“¿Qué estaba pasando?”. Su casa solía ser un lugar limpio y ordenado.



Salió fuera e intentó coger el ascensor, pero estaba ocupado, aunque ni subía ni bajaba. Decidió bajar andando. De dos en dos los escalones, tropezando en varias ocasiones.



Al salir a la calle notó el aire gélido de febrero, y un inusitado silencio. Ningún coche, ningún peatón, las tiendas cerradas o a medio abrir. El sol no quería salir del todo y una extraña nube gris ocupaba todo el cielo.



Aceleró el paso. Corrió, para llegar a ningún lado, para encontrar algo o alguien. Para que su corazón dejara de latir a un ritmo infernal. La realidad era igual que el sueño que acababa de tener. Y no sabía qué hacer. Ya había despertado, todo se había terminado.



El mundo se había acabado. “¿Merecía la pena seguir adelante solo?”



Cerró fuerte los ojos, apretó los puños, y empezó a oír una melodía que le resultaba familiar. Insistente, venía de… venía de su cabeza. Sonaba y sonaba. Retumbaba.



-“Despierta dormilón, apaga la alarma del móvil que otra vez lo has dejado debajo de la almohada”.



Abrió los ojos, esta vez de verdad, y el mundo no había acabado, ni mucho menos.



Se sintió feliz, se sintió vivo. Vivir solo es eso: vivir. Despertar cada día y entender que somos unos privilegiados porque de nuevo se nos ha dado el regalo de vivir, y de no hacerlo solos en un mundo acabado.



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