miércoles, 30 de septiembre de 2020

Kiwi

Por más que insistas: no me gusta el kiwi.


Que no, que no quiero tomarlo, ni ahora, ni más tarde, ni dentro de mil años: NO-ME-GUS-TA.

Ya, ya sé que ahora me vendrás con sus múltiples beneficios para la salud.

¿Sabes para qué no es beneficioso? Para mi gusto. NO-ME-GUS-TA.

Me estás enfadando. ¿Tienes acciones en una compañía de kiwis?

Por no gustarme ni siquiera me gusta el color verde. Asociamos el verde al kiwi, pero antes de abrirlo es marrón. Es como si en lugar de decir que una persona es blanca o negra dijéramos que es roja, porque por dentro lo es (digo yo, que tampoco nunca he visto a una persona por dentro, pero sangre tenemos, ¿no?)

Pues eso. No quiero tomar kiwi, es una fruta mentirosa. Y además, fíjate, es que ni siquiera tiene un nombre original. Pero si hay un ave que se llama igual.

“Tómate un kiwi”, y ¿cómo me lo tomo? ¿De postre o en pepitoria?
Vaya tela, que no, que no, el kiwi para ti. Al final te lo tiro encima.
Solo te voy a decir una cosa: NO-ME-GUS-TA.

Kiwi, quigüi, quibi, lo diga como lo diga, lo escriba como lo escriba. Invítame a un kiwi, pero en mojito, que así a lo mejor me convences.

martes, 29 de septiembre de 2020

Lejos

Tan lejos que cuesta escuchar tu voz. Es solo un susurro, como llegado de una caracola al acercarla al oído.


Tan lejos que no puedo tocarte, sentir tus manos acariciando las mías, ni un leve roce, ni una mínima caricia.

Tan lejos que para comunicarme contigo casi prefiero mandarte un whatsapp, porque si hablamos lo más normal es que acabemos discutiendo.

Como si fuéramos dos extraños, o peor aún: dos personas que de tanto conocerse han llegado a ver lo peor del otro, y han llegado a odiarlo, a odiarle, a odiarse.

Cada paso que damos adelante es un paso que nos separa, y estando cada vez más lejos rompemos con el pasado, al que ya no queremos acudir para averiguar si fuimos tan felices como pensábamos.

Lejos del amor, cerca de la desidia. Cuando de tu boca solo sale una frase, directa del corazón, directa al corazón: “vete lejos, porque si te quedas cerca vas a estar más lejos que nunca de mí”.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Naturalidad

Con toda la naturalidad posible aceptó su error.

Era un error infantil, de primero de EGB, que es lo que ella había estudiado.

Y mira que repasó veces, pero aun así se equivocó.

La vida está llena de errores, unos más graves que otros, y algunos, muchos, incluso divertidos. Dicen que de algunos de ellos han venido algunas de las mejores ideas que ha tenido la humanidad. No es el caso.

Pero con total naturalidad aceptó su error.

Y se sentó, como cada mañana, a escribir en el ordenador la historia que le tocaba. Y ese día lo tuvo fácil. Un poco de ayuda externa y la idea vino rodada.

Y decidió aceptar, con total naturalidad, que antes de la Ñ va la N, y no la M, como ella puso. Sería que tenía muchas ganas de escribir sobre “Mamá”, y no se dio cuenta de que el hambre le hizo zamparse a la bonita letra N.

Así que aquí está, escribiendo un relato sobre la N, sobre la naturalidad de los fallos. Porque errar es humano, y otra cosa no, pero ella humana es, aún.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Mamá

Mamá, aquella que te pare, y también aquella que no lo hace.

Mamá, la que habiéndolo llevado dentro 9 meses, o tal vez no, lo siente como lo más importante y da todo por él.

Mamá, la que te enseña a comer, a caminar, a hablar, a caerte y levantarte siempre. La que te forma como persona, la que te educa, la que te muestra un camino y te deja aun así que tomes el tuyo propio. Siempre a tu lado, aunque te equivoques.

Mamá, la que aguanta que estés días sin llamarla más que para saludar, y que luego reaparezcas en tus momentos de hundimiento, hablándola a todas horas, llorando cada minuto.

Mamá, la que te prepara tus comidas favoritas, aunque odie cocinar. Y te hace comida de sobra para que te la lleves a casa después.

Mamá, la que te regañaba porque hacías algo mal, y al segundo estaba jugando contigo, porque sabía que lo único que querías era sentir su calor.

Mamá, la que lucha contra brazo y marea para sacar adelante sola a un hijo, a cambio de perderse su tiempo con él, sus mejores momentos, y se los regala a quien le cuida.

Mamá, la que piensa siempre primero en su hijo, y después en sí misma, solo porque sabe que cuidándose ella podrá seguir dándole lo mejor.

Mamá, dame la mano, que ahora me toca a mí cuidarte. Como tantas veces has hecho durante toda mi vida, y sigues haciéndolo aún. Porque no hay alivio más grande que el abrazo de una madre, ni sonrisa más perfecta que la que ves en su rostro cuando vuelves a casa.

martes, 22 de septiembre de 2020

Ñiquiñaque

Había veces que su abuela empleaba contra él palabras muy raras. Podrías pensar que eran cosas bonitas, como siempre imaginamos que corresponde a una abuela. Un ser delicado, amable, cariñoso, vulnerable…


Pero él la conocía bien. Por eso sabía que las palabras que no entendía eran palabras feas. Siempre que pasaba algo, cuando estaban todos los primos juntos, las culpas recaían sobre él. Daba igual lo que hubiera hecho, “ya está C. molestando a sus primas”.

A C. había una palabra en particular que le dolía más cuando su abuela se la decía, porque le miraba con desprecio, esa mirada gris, profunda, que algunas personas dedican a los niños que les molestan desde la primera respiración. Y esa palabra era “ñiquiñaque”. No sonaba fea, no podía ser algo malo.

La curiosidad de C. le llevó a buscarla en el diccionario, harto de escuchársela siempre a su abuela, mientras sus primos se reían y le señalaban: “ñiquiñaque, ñiquiñaque”, con una cantinela repetida que se le metía en la cabeza, y le rompía el corazón.

Ñiquiñaque: Persona o cosa muy despreciable.

¿Sabría su abuela lo que significaba realmente esa palabra? Tal vez solo la decía porque había llegado a ella a través de la tradición oral, como tantas palabras en desuso.

Tantas veces quiso C. decirle a su abuela, cada vez que se lo llamaba, que él no era un ñiquiñaque, que ese apelativo le venía mucho mejor a ella… pero no, la verdad es que C. no pensaba eso sobre su abuela. Pese a tantos desprecios siempre la tuvo cariño, la respetó y la lloró en su muerte.

Porque C. aprendió de sus padres que a veces las personas más crueles lo son porque tienen en su vida dolores muy metidos dentro de sí. Y él mismo siempre pensó que todas las personas nacen buenas, y si poco a poco van convirtiéndose en personas peores no es, en muchos casos, por elección propia, sino por un destino caprichoso e injusto.

Así que aceptó que su abuela le llamara palabras tan raras, y acabó incluso haciendo de ñiquiñaque su palabra favorita. Porque una palabra así nunca debería tener un significado negativo.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Ostracismo

Relegado al ostracismo. Ya era algo que se hacía en la antigua Grecia con los ciudadanos peligrosos o sospechosos.

Pero ni estábamos en la antigua Grecia ni yo era un ciudadano de ese calibre.

Sin embargo, tenía la sensación de estar ya en el olvido. Como si no existiera, como si toda mi vida pasada hubiera sido un sueño. ¡Y menudo sueño!

Había pasado de tener una vida tranquila, cómoda, incluso feliz, a estar apartado de todas las bondades de la sociedad.

Claro que había cometido errores, algunos más graves que otros, pero me parecía que el castigo estaba siendo demasiado duro. Me costaba entender que en pleno siglo XXI un fallo desencadenara esta tormenta.

De acuerdo, quizá un fallo detrás de otro. Tal vez había aprovechado mi situación para cometer más delitos de los que debiera, y alguna que otra acción que podría incluso considerarse amoral o inmoral.

Pero, ¿qué persona con algo de poder no hace lo mismo hoy en día? ¿Por qué la han tenido que pagar conmigo? Mi cabeza ha caído, y han querido machacarme para ser ejemplo de lo que no tiene que ser…

Malditos medios de comunicación. Malditos compañeros de partido, todos cogían del mismo cajón pero me han pillado a mí con las manos en la masa. Y los del otro partido igual. Ay, si yo hablara… pero claro, por eso estoy donde estoy, para que no pueda hablar. Me han robado casi mi identidad, así me tienen calladito.

Relegado al ostracismo, como en la antigua Grecia. Hasta en eso soy un grande. Ya me decía mi madre que era más listo que el hambre, aunque quizá esta vez me he pasado de listillo.

¿Ostracismo es una ciudad con mar?

sábado, 19 de septiembre de 2020

Paciencia

Qué sencillo cuando me dices que lo que tengo que tener es más paciencia.

Que me tomo todo demasiado en serio y que me preocupo por cualquier cosa.

Es verdad, estoy siempre agobiada, estresada, con los nervios de punta, pero ¿te has parado a pensar en todo lo que hago?

Es fácil pedirme paciencia mientras tú te vas de casa a trabajar y ya no te preocupas por nada más. “Chica, es que te lo tomas todo a la tremenda”. Así, con tu chulería, mientras te tomas una cerveza con tus amigos y yo te cuento por teléfono que nuestros hijos, NUESTROS, me tienen desquiciada.

Porque no quieren hacer los deberes ni me hacen caso con nada, y no hacen más que pelearse. Mientras pongo la lavadora, tiendo la ropa y limpio la casa. Mientras intento preparar la cena y tu comida para mañana. Mientras busco un hueco solo para ducharme.

“Te falta tener más paciencia, un día te va a dar algo”.

Me voy a tomar todo con más paciencia, sí. No me voy a preocupar de los horarios, y si los niños llegan tarde al colegio, pues que lleguen. Y si no tienes comida lista para el trabajo, pues no la tengas. Si llegamos tarde al médico, que nos esperen. Si no hay ropa limpia porque no he puesto la lavadora, pues usamos ropa sucia. Voy a tomarme todo con paciencia, no voy a ser una paranoica , ni una histérica, ni nada.

Voy a relajarme, a ver películas, a salir con mis amigas, a ir de compras, a tumbarme a leer, qué maravilla.

Por cierto, al bebé de seis meses dale tú de mamar si eso. Y al nene de 5 años déjale que se duche solo, que ya es mayorcito. Del de 8 años ni hablamos, mejor que se encargue él de hacer las cosas de la casa, mientras yo sigo desarrollando esto de la paciencia. 

¡Va a ser tan divertido!

jueves, 17 de septiembre de 2020

Quitapenas

Jamás creyó en ese tipo de cosas. Que si el mal de ojo, o el chinito de la suerte, la pulsera del amor, la ropa roja en Nochevieja, los amuletos.

Eran a su forma de ver patochadas, de ese tipo de cosas que no sabes si reír o llorar.

Se enfadaba cuando su madre se santiguaba porque se había caído la sal. O cuando su primo se ponía nervioso porque se les había cruzado un gato negro.

Y ella jugaba en los restaurantes con el salero, para asustar a quien quisiera creérselo, porque no le entraba en la cabeza que gente inteligente creyera en ese tipo de cosas.

Pero de repente las cosas le empezaron a ir mal, y su tristeza iba en aumento. Y no pasaba un día sin pensar que algo raro estaba pasando, que no era normal que todas sus bases vitales le estuvieran fallando a la vez.

No iba a caer en la tentación de pensar que le habían echado mal de ojo. No se le pasaba por la imaginación siquiera recurrir a nada parecido, y mucho menos a intentar “sanarse” con métodos pseudo-religiosos.  

O sí… porque cuando tienes todo perdido, ¿qué más da probar algo en lo que nunca has creído? ¿Qué más puede pasar?

Cogió su caja de recuerdos, aquella en la que llevaba años y años guardando cualquier cosa que le serviría para no olvidar aquellos momentos importantes de su vida. O no tan importantes, porque vistos en perspectiva eran de lo más tontos. Pero así son los recuerdos, traicioneros.

Encontró lo que buscaba. Una pequeña caja de madera con colores, un recuerdo de un verano especial. Había comprado en un mercadillo de una ciudad costera varias cajitas para repartir entre su grupo de amigas.

Abrió la caja y aparecieron los pequeños muñequitos. No muy bien formados, ni coloreados. Curiosos. Los muñecos quitapenas.

Los metió debajo de su almohada y recordó la canción que cantaban todas juntas entonces: “Los muñecos quitapenas quitan las penas que tengo. Se las cuento muy bajito y me las curan en silencio. Y debajo de mi almohada duermen siempre mis muñecos y si tengo alguna pena yo sin ella me despierto”.

Y mientras la cantaba para sí misma fue recordando esos momentos, esas risas, esos juegos adolescentes. Y vio las caras de todas y cada una de sus amigas. Y por primera vez en días cambió las lágrimas por sonrisas.

Porque los muñecos quitapenas en este caso eran sus recuerdos, de los grandes momentos compartidos, de un pasado de diversión, amistad y confidencias. Y sabía que todo eso seguía en su vida, y que sus amigas iban a conseguir de nuevo sacarla de aquel agujero en el que había caído.  

martes, 15 de septiembre de 2020

Rebelde

Siempre le gustó ser el más rebelde. En cualquier lugar donde iba, quería mostrar su personalidad con esa faceta: la rebeldía.


Rebelde desde pequeño en la guardería, negándose a obedecer las normas.

Rebelde más mayor, intentando pasar de puntillas por las obligaciones.

Con su póster de James Dean en la pared de su habitación. Él era el rebelde sin causa en su vida.

Obedecía lo justo para no meterse en más problemas. Peleaba con los chicos en el barrio; discutía con sus amigos en el bar, mientras tomaba unas cervezas de más. Siempre había una razón para enfrentarse a lo establecido.

Su andar era chulesco, su mirada desafiante, su voz con un deje amenazador.

Le gustaba infundir miedo, y ese era su error, porque no le tenían respeto, sino temor.

Y el que siempre quiso ir de rebelde fue dándose cuenta de que la vida es otra cosa.

Y los golpes le fueron enseñando que era mejor que te quisieran por tus buenos actos a que estuvieran a tu lado porque así no sufrirían daños.

El póster de James Dean quedó tirado en alguna papelera, y sus andares, su mirada y su voz se relajaron. En ese relax él fue encontrando su felicidad, y decidió que lo de ser rebelde es un papel muy bonito: para el mundo del cine.

domingo, 13 de septiembre de 2020

La sal

Eres la sal de mi vida, pero hoy sí te lo digo: sal de mi vida.


Me siento como cuando te bañas en el mar, que para que sea lo que es necesita la sal, pero cuando sales estás deseando quitártela con agua dulce, porque el contacto con ella te pone nerviosa.

Eres mi todo, pero quiero que seas nada a partir de ya.

Quiero acallar tu voz, que es a la vez la voz más preciosa del mundo.

Que tus besos, siempre perfectos, dejen de ser solo para mis labios.

No quiero volver a ver esa sonrisa, si quien la provoca soy yo.

Hoy soy todo incoherencia, y por eso te repito: eres la sal de mi vida, sal de mi vida ya.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Tiritando

 Tiritando se metió en la cama. Se encogió, adoptando la primera postura que adoptamos en nuestra vida, como si estuviera en el vientre de su madre, buscando calor. Tapada con el edredón nórdico, buscaba la calidez, pero sabía que tardaría en llegarle, porque hoy dormía sola.

Le castañeaban los dientes, chocando entre sí, de forma incontrolable. Solo quería que el frío se fuera, que su cuerpo entrara en calor. No había otro pensamiento en su mente, solo ese.

Se tapó con la manta hasta la cabeza, como cuando de pequeña se escondía para que el miedo se fuera. 

Hoy quería que el calor entrara, o que el frío saliera, o que todos sus temores huyeran, con la manta milagrosa que todo lo podía.

Entonces le sintió a su lado. Le abrazó con fuerza, notó su cálido cuerpo y se llenó de calma. Su silencio, su suavidad, su protección.

El calor y la paz que siempre aporta el osito de peluche.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Ultimátum

No podía dejar de llorar. Las lágrimas caían sin parar, desde hacía horas. Había olvidado la razón del por qué lloraba, por qué estaba triste, o incluso si estaba triste.


Solo sabía que se había despertado con esa extraña sensación, como si tuviera dentro de sí una canción melancólica, de esas que hipotéticamente escucharías el día que tu pareja te dejara, para sentirte peor aún de lo que ya estarías en ese momento.

Y mientras preparaba el desayuno empezaron a caer las primeras lágrimas. Y al ducharse el agua se había confundido con la cascada de sus ojos. Porque ya no era un pequeño llanto, ya era un río entero desbordando.

De camino al trabajo había podido disimular un poco gracias a la mascarilla, pero ahora seguía y seguía y no había forma de detener los lloros.

Le gustaría poder decir que lloraba porque le había pasado algo, pero no. No había una razón, solo esa estúpida sensación que quería eliminar y no sabía cómo.

¿No sería maravilloso en días así plantearle a tu cuerpo una tregua?

O mejor aún: un ultimátum. O dejas de llorar o paro de respirar, a ver quién es más fuerte. Y las lágrimas pararon; porque con ese sencillo pensamiento se dio cuenta de que no había razón alguna para seguir inundando de pena su corazón. Y paró, porque a tu propia mente a veces es necesario ofrecerle un ultimátum: hasta aquí hemos llegado, tristeza.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Verano

Hoy no me ha costado levantarme. Quizá porque sabía que era el último día que iba a ver ese paisaje. La persiana levantada, como durante todas las vacaciones, permitiendo que entre en la habitación la brisa marina. La luz del sol ilumina todo el jardín, y desde la esquina de la terraza puedo ver el mar. Un pequeño pedazo de ese mar que es tan inmenso.


Hoy es el último día del verano. Porque el verano acaba cuando se acaba mi estancia aquí. La vuelta a la ciudad marca el inicio de un período “interestacional”, que no pertenece ni al verano ni al otoño.

Se acaban los desayunos copiosos y relajados. El tiempo que pasa lento y que apenas existe, porque los relojes sobran, se transformará en una vorágine de prisa y ansiedad.

Aún respiro el verano. Dejo que mi cuerpo se hunda en el agua, mirando al suelo borroso de la piscina, y me mareo entre las olas de la playa. Porque la despedida del verano es entre olas esta vez. Nada de un mar calmado.

Llega el final del verano. Digo adiós a tantas emociones que si me despidiera una a una tendría que dedicar días a ello.

Siempre es la misma sensación: con el final del verano empieza todo. Y esta vez no iba a ser diferente. Nos volveremos a ver verano, sólo falta un año, y eso pasa volando, o tal vez planeando.

martes, 8 de septiembre de 2020

Whatsapp

“escribiendo…”

Me voy a hacer la interesante y mientras escribe me desconecto, para que se piense que no me importa mucho.

Está tardando demasiado en mandar el mensaje. ¿Tanto tiene que decirme? Qué nervios, quizá quiera por fin decirme lo que llevo tiempo deseando. Porque yo no pienso decírselo, está claro.

No me llega nada. Voy a comprobar el estado del Wifi, que seguro que no funciona bien, y por eso no me entra el mensaje. Si es que esta habitación tiene menos cobertura que la de mi hermano. Siempre igual, todo lo mejor para él.

Pues nada, voy a quitar entonces el Wifi y espero que me entre el mensaje por los datos. Ahora seguro que me entran mensajes de golpe.

Ah, pues no. Verás, ya verás, como va a ser que hay una caída generalizada de Whatsapp. Lo estoy viendo. Justo ahora, qué mala suerte tengo. Pongo un circo y me crecen los enanos, y es que todo me tiene que pasar siempre a mí. Arjjjj. Voy a mirar en Twitter, a ver si es tendencia ya la caída de Whatsapp.

Uy, pues tampoco. Nadie habla de ello. Qué raro. Voy a conectarme otra vez, a ver si sigue escribiendo.

“escribiendo…”

Dios mío, ¿pero qué me quiere contar? La Biblia en verso por lo menos. Mira que le gusta hacerse el guay, y total luego para decirme cuatro tonterías. Aunque… no, esta vez va a ser distinto, y por fin me va a decir lo que quiero leer. Hoy es el día. Sí, sí, como la canción esa que cantan los petardos de mis padres: “hoy puede ser un gran día…”

No aguanto más los nervios. Se lo voy a contar a T., a ver qué piensa ella.

- “Holaaaaa gusiluz, ¿qué tal? Oye, que está el P. conectado y pone todo el rato “escribiendo…”, pero no me manda aún el mensaje. ¿Tú sabes algo? Estoy atacá, para mí que hoy me dice lo que quiero, ¿a que sí?”

- “Chiquiiiiiiiii. Pues estoy hablando yo con él precisamente, en verdad. Que está muy agobiado con la Y. Qué raro, ¿no?"

Toc toc. El móvil suena por fin, y aparece el mensaje de P.

- “Perdona niña, que es que estaba escribiendo a la T., y se me ha quedado aquí en tu conversación el saludo, ¿qué tal estás? Se me había olvidado darle a enviar jajajajaja”.

Voy a quemar el móvil, el whatsapp y todas las redes sociales. Inventos del diablo, voy a hacer las Fallas con todos ellos, y la Mascletà, para que no sobreviva ningún aparato. Asco de vidaaaaaa.

- “Pues todo muy bien. Pasando mucho del whatsapp, me he conectado de milagro”.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Xilófono


El niño no dejaba de golpearlo, haciendo ruidos que al principio eran divertidos, pero llegado un momento se convertían en desagradables.

“¿Cómo era? No me acuerdo, me voy a volver loca”, pensaba la madre.

Con las manos, con otros juguetes, de un color a otro, sus deditos eran el instrumento infernal, pero la verdad es que él estaba disfrutando.

Sonreía, incluso había soltado alguna carcajada.

“Me gustaría tanto saber cómo se llama. Lo tengo en la punta de la lengua, pero no hay manera”.

En un descuido el nene lo cogió con sus dos manitas, tan rechonchas, tan infantiles, tan preciosas, y lo lanzó al suelo con toda la fuerza que puede tener un bebé. El cacharro se partió en pedazos, un color, otro, el sonido fue estruendoso. Pero por fin se había acabado. “¡Bien!”

La sonrisa de ella se enfrentaba ahora al llanto del niño, desconsolado por haber roto su juguete favorito de esos minutos.

“¡Ya lo tengo! ¡Xilófono! Eso es lo que tengo que recordar a los abuelos que no vuelvan a comprarle en la vida”.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Yo

Yo soy la única persona con la que tendré que pasar el resto de mi vida.

Yo soy insegura, aunque la gente cuando me conozca piense todo lo contrario.

Yo soy una enamorada de la vida, en todos sus aspectos: desde las cosas más bonitas hasta las cosas más tristes. Creo en el ying y el yang, creo en el karma, creo en el amor, creo en mí.

Yo estoy llena de miedos, pero también de fortaleza, y a cada miedo me enfrento aunque tenga que tocar el suelo y empezar de cero.

Yo no me rindo nunca, pese a que piense que a veces la vida no ha sido justa conmigo. Y si me ponen la zancadilla caigo una vez, pero a la siguiente estoy pendiente para dar el salto.

Yo me dejo la piel por los míos, por mi pequeño círculo, por aquellos que son todo para mí. Y les protegeré y cuidaré siempre, incluso por encima de mí, aunque eso me traiga muchas regañinas.

Yo estoy empezando a pensar en mí misma por primera vez en mucho tiempo. Y mirarse a uno mismo es lo más difícil que se puede hacer. Porque no es fácil aceptarse con tantos errores. Solo que ahora empiezo a ver mis virtudes, y a explotarlas. Y a decirlas.

Yo soy como soy, especial, rara, diferente, honesta, real. Ni simpática ni lo contrario, ni cariñosa ni lo opuesto. Ni cercana ni distante.

Yo soy así, como tú eres de otra manera, y por encima de todo quiero seguir siendo YO, sin que nadie me juzgue ni me diga cómo debo vivir mi vida.

Yo soy todo errores, pero sobre todo voy a ser todo aciertos.
¿Me conoces? Es probable, pero creo que cada día podría sorprenderte. Porque en mi transparencia está también mi invisibilidad.

Yo soy como quiero ser. Y casi todo el tiempo yo soy feliz.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Zigzag

El sol entraba filtrado entre las persianas del dormitorio.

Esos rayos jugaban con mis pies dibujando un extraño zigzag.
Mi cabeza, siempre con ideas extrañas, empezó a divertirse: zigzag, tic toc, ding dong, ejem ejem, cuchi cuchi…

“Cuchi, cuchi”. Se me puso la sonrisa en la cara, la sonrisa boba que provoca una expresión tan infantil en la voz adulta. “Cuchi, cuchi”.

Me levanté, ya con el pie derecho, porque empezar el día sonriendo era un reto que no conseguía muy a menudo en los últimos meses.

Preparé el café, aunque nunca me había gustado el café, pero estaba intentando cambiar algunas de mis rutinas, para ver si así también podía cambiar el rumbo de mi vida, algo torcido en estos momentos.

En contra de lo que solía hacer, que era encender la televisión, puse algo de música, una de esas canciones que sí o sí te dan buen rollo, y que mantuvo unos instantes más ”la sonrisa del cuchi cuchi”.

¿Y si esa estupidez había sido el punto de inflexión para comenzar de nuevo?

¿Y si esa idea tonta que le había hecho que se borrara su rictus de tristeza le servía para coger las riendas de su vida?

¿Y si “la sonrisa cuchi cuchi” era justo lo que le había faltado hasta ahora?

Comenzamos de nuevo, un zigzag del destino… y a comernos el mundo, que tengo hambre.