domingo, 21 de junio de 2020

YO quiero ser yo

Últimamente algo está mal en mí.

Dentro de mí nace algo que no me gusta, que me debilita, que me hace sentir frágil e infantil.

Arrebatos de ira que desconocía, y tonos de voz cargados de... no sé de qué. Pero no me gusta. No me gusto.

De un tiempo a esta parte siento que pierdo el control sobre mi felicidad y asoma una desilusión hacia otras esferas de mi vida.

Me siento feliz, inmensamente feliz, en mi pequeño círculo. Con los míos, que son cada vez menos y muy distintos a los que eran al inicio. Pero me empeño, como siempre he hecho, en estropearlo todo.

Y exagero, y me frustro, y me lleno de una rabia insana e injusta.

Y entonces surge ese YO que no quiero ser. Ese YO que está en mí, que soy yo misma pero que es tan feo que me asusta.

Lo peor de todo es que se va fraguando en mi interior una enorme desazón por gente que nada merece. Por personas que solo me muestran vacío y me regalan indiferencia. Y no sé cómo combatirlo. No merecen enturbiar mi vida, pero lo hacen. No merecen ser mis amigos, pero siguen siendo catalogados como tal.

Querría ignorarlos, seguir en mi nube de felicidad con las únicas personas que me muestran amor y respeto, querer a quien me quiere de verdad.

Pero soy una cobarde. No sé dar un portazo y expulsar de mi vida a esa gente insustancial, con la que ya no me río, y con la que mucho menos lloro.

Y entonces me convierto cada vez más en esta caricatura de mí. Un dibujo feo y amargo. Si es que los dibujos pueden tener sabor. Un trazo discontinuo en un dibujo realista.

No quiero ser eso, no quiero ser YO, quiero unas minúsculas que me devuelvan a lo que era. Que me extirpen la rabia y la frustración, y me dejen sentirme feliz, como por dentro lo soy.

Cada día más paranoíca, cada día más irreal. YO quiero ser yo, y dejarme de adornos.

El final de una pesadilla ¿?


El silencio en la calle es abrumador. Suena tan fuerte que retumba en los oídos.
Al pensar en salir a hacer la compra, una cosa tan rutinaria, el corazón late a toda velocidad.
Desde la noche anterior te preocupa cómo lo harás. Si podrás circular con normalidad de camino al supermercado, si tendrás que hacer cola, si habrá distancia de seguridad. Si la gente respetará o seguirá haciendo lo que quiere…
Subes al coche, las calles vacías, ni una persona en la calle, como si el fin del mundo hubiera llegado y te hubieras quedado sola. Te sientes como un delincuente que escapa de lo prohibido. Parece que haces algo ilegal. La mascarilla tapa tu rostro, y oculta también la estupefacción que te provoca estar viviendo esto.
Es una pesadilla. No hay contacto, no hay sonrisas, no hay palabras, no hay nada. Bueno sí, hay miedo.
Y es un miedo que sabes que no vas a desterrar jamás de ti. Que lo que estamos viviendo es un mal sueño, pero convertido en realidad. Y que nunca podremos olvidar lo que hemos pasado, con quien lo hemos pasado, a quién hemos añorado, y en muchos casos a quién se ha perdido.
Porque lo peor de todo es que hay decenas de miles de personas que dijeron adiós sin poder hablar. Porque estaban solos. Porque esta maldita enfermedad nos ha aislado a todos, incluso en la muerte. Morir solo tendría que estar vetado.
No poder abrazar a tus seres queridos en su último momento es una auténtica tragedia.
Y no hay nadie que no haya vivido un drama interior. De una forma u otra esto ha afectado a todos. Y ha tenido, tiene y tendrá incalculables consecuencias.
Aunque en todo este tiempo, en estos más de 100 días, hemos acumulado vivencias para siempre: juegos olvidados, conversaciones a tres, a cuatro o a ocho, mensajes inesperados, cocina creativa, abrazos sanadores, besos inolvidables, bailes y cantos varios, terrazas para tomar el sol, deporte y vida sana, repostería casera para acabar con esa vida sana…
Se acaba el estado de alarma, pero el virus sigue. Y yo no puedo dejar de pensar si estamos preparados para volver a vivir otro encierro, otro confinamiento o simplemente otro rebrote.
Tengo miedo, sigo teniéndolo, porque no quiero volver a vivir esa horrible sensación del silencio en mi calle. No quiero volver a pensar que los valientes eran aquellos que seguían viviendo con normalidad.
No olvidemos jamás lo vivido, porque quien olvida el pasado está condenado a repetirlo.