El silencio en la calle es abrumador. Suena tan fuerte que
retumba en los oídos.
Al pensar en salir a hacer la compra, una cosa tan
rutinaria, el corazón late a toda velocidad.
Desde la noche anterior te preocupa cómo lo harás. Si podrás
circular con normalidad de camino al supermercado, si tendrás que hacer cola,
si habrá distancia de seguridad. Si la gente respetará o seguirá haciendo lo
que quiere…
Subes al coche, las calles vacías, ni una persona en la
calle, como si el fin del mundo hubiera llegado y te hubieras quedado sola. Te
sientes como un delincuente que escapa de lo prohibido. Parece que haces algo
ilegal. La mascarilla tapa tu rostro, y oculta también la estupefacción que te
provoca estar viviendo esto.
Es una pesadilla. No hay contacto, no hay sonrisas, no hay
palabras, no hay nada. Bueno sí, hay miedo.
Y es un miedo que sabes que no vas a desterrar jamás de ti.
Que lo que estamos viviendo es un mal sueño, pero convertido en realidad. Y que
nunca podremos olvidar lo que hemos pasado, con quien lo hemos pasado, a quién
hemos añorado, y en muchos casos a quién se ha perdido.
Porque lo peor de todo es que hay decenas de miles de
personas que dijeron adiós sin poder hablar. Porque estaban solos. Porque esta
maldita enfermedad nos ha aislado a todos, incluso en la muerte. Morir solo
tendría que estar vetado.
No poder abrazar a tus seres queridos en su último momento
es una auténtica tragedia.
Y no hay nadie que no haya vivido un drama interior. De una
forma u otra esto ha afectado a todos. Y ha tenido, tiene y tendrá
incalculables consecuencias.
Aunque en todo este tiempo, en estos más de 100 días, hemos
acumulado vivencias para siempre: juegos olvidados, conversaciones a tres, a
cuatro o a ocho, mensajes inesperados, cocina creativa, abrazos sanadores,
besos inolvidables, bailes y cantos varios, terrazas para tomar el sol, deporte
y vida sana, repostería casera para acabar con esa vida sana…
Se acaba el estado de alarma, pero el virus sigue. Y yo no
puedo dejar de pensar si estamos preparados para volver a vivir otro encierro,
otro confinamiento o simplemente otro rebrote.
Tengo miedo, sigo teniéndolo, porque no quiero volver a
vivir esa horrible sensación del silencio en mi calle. No quiero volver a
pensar que los valientes eran aquellos que seguían viviendo con normalidad.
No olvidemos jamás lo vivido, porque quien olvida el pasado
está condenado a repetirlo.
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