martes, 26 de junio de 2012

Pero qué bonito es...



Vivo en una maldita dictadura de las fechas.

Tengo fechas para todo, para lo bueno y para lo malo. Y muy buena memoria. Y por tanto muchos recuerdos. Fotografías para no olvidar, canciones para sentir, gente a la que dejar dentro del corazón.

He estado unos días en mi pequeño paraíso. Volví a Denia, fui por cuarta vez desde febrero. Y lo hice con personas que se empeñaron, sin hacer ruido, en entrar en  mi vida con una fuerza alucinante.

¿Sabéis cuando de repente te enganchas a una canción y no puedes parar de escucharla? Necesitas cantarla a todas horas, incluso la escuchas cuando no suena. Pues eso mismo me ha pasado con ellos. Tres personas y un pequeño. Tres grandes personas y un enorme pequeño. Drogas duras.

Un día no les conoces, al siguiente te cuesta imaginarte cómo has vivido hasta entonces sin ellos.

De un par de encuentros y unas noches de cañas surge la idea de irnos dos días a Denia. Playa, descanso, mojitos, paz. Y de ello solo podía salir algo perfecto. Unas vacaciones inolvidables. Más fotos para enmarcar, más conversaciones para no olvidar.

Y todo ello en un momento crucial para mí. El momento en el que más cerca que nunca está de cerrarse todo. Porque va a hacer casi un año de mi radical cambio de vida. Un año del día en que la baraja de cartas, el castillo de naipes, se vino abajo, todo él. Y ese momento es el elegido para empezar de nuevo.

En el mismo lugar en el que todo se hundió lloraré (sin que nadie me vea), volveré a sentir rabia (que camuflaré con una sonrisa, por eso quizás me salen tan falsas últimamente) y empezaré por enésima vez, pero esta es la definitiva, mi nueva vida.

¿Y por qué? Porque por fin he entendido que estaba luchando contra algo que en mí es muy fuerte: la dictadura de las fechas. A partir de ese día todo lo que venga ya será nuevo. Ya no habrá más recuerdos (durante este año) con quien decidió irse.

He ido dejando piedras por el camino a lo largo de 365 días, me he rodeado de personas maravillosas, de gente que me ha dado mucho más de lo que he merecido. Y ahora toca recoger esas piedras, hacer más fotografías, leer nuevos libros y seguir, eso sí, escuchando la misma música pero con otras personas a las que abrazar.

Porque esos abrazos que ellos me dieron en Denia me llenaron de vida. ¡Aunque también son adictivos! Pero no me asusta, porque sé que están, que estarán, porque no me exijen, y no les exijo. Porque habrá etapas de estar más o menos, pero sé que estarán... siempre.

¿Por qué me atrevo a decir esto tan segura? Porque lo siento, y porque lo creo. Y porque si me equivoco no me habré perdido ni un segundo de ellos. Porque adoro la normalidad. Adoro a la gente normal.

"Me encanta mucho" la naturalidad. Y ellos son así. Ellos son... son increíbles. Son un regalo anticipado de cumpleaños. Y el complemento perfecto a la vida que ya iba dibujándose en color.

domingo, 17 de junio de 2012

En tu ausencia respiro




Son diez años sin ti. Diez años en los que mi vida ha dado tantas vueltas que ahora mismo no sé dónde estoy ni hacia dónde voy.
Pero siempre he sabido que si hubieras estado a mi lado todo hubiera sido más sencillo.
Sentiría menos peso sobre mis hombros. Estaría siempre más tranquila, menos impaciente y menos de mal humor.
Sería más feliz de lo que soy, de lo que he sido, de lo que seré.

Y sin embargo me niego a vivir con un condicional. Odio el "y si..."

La realidad es otra, y es la mía. Y en ella tú no estás para llamarme cada mañana y preguntarme qué tal cuando acabas de estar conmigo. No estás para prepararme ese zumo de naranja de cada mañana, ni para llevarme al centro en coche -aprovechando que tú vas al trabajo-, ni para discutir mientras vemos fútbol y tú te quedas dormido. No estás para darme un beso de buenas noches. Ni para decirle a mamá cada día, cada momento, lo guapa que está. Y no estás para decirle a mi hermano tantas cosas como compartíais, tantas palabras que él echa de menos.
No estás para llenar la silla que se quedó vacía aquel 17 de junio. No estás para verme avanzar, retroceder, caerme y levantarme. Ni estás para bromear con los amigos que traía a casa. No estás para poner esa sonrisa tan enigmática, ni para llenar del olor de tu colonia toda la casa ("papá, échate si eso todo el bote", te diría cada día). No estás para conducir y decir a cada paisaje bonito que qué cosas más increíbles tiene este mundo. Ni para emocionarte como un niño viendo una película. Ni para fumar un cigarro a escondidas. Ni para asomarte a la ventana cada vez que llueve, para oler la tierra mojada. Ni para mirar las tormentas por la ventana, como si vieras el mayor espectáculo del mundo.
No estás para cada pequeño detalle que recuerdo a diario.

No estás porque no puedo oírte, abrazarte, decirte que te quiero. Y eso hace que la vida sea un lugar menos bonito. Más absurdo. Bastante más feo.

No estás y, aunque hayan pasado ya diez años, sigue doliendo, duele mucho. Y no me acostumbro a que no estés. Y aunque solo te escriba un par de veces al año te recuerdo muy a menudo. Y te aseguro papá que este año te he echado en falta más que ningún otro. Porque no habrías dejado que me hundiera como lo he hecho. Me habrías recogido, y habrías hecho que mamá sufriera menos. Y es que sigo teniendo demasiado peso en mis hombros, demasiado para lo que soy capaz de soportar.

Pero no te preocupes. Vuelvo a sacar la cabeza. Vuelvo a luchar porque nadie en esta vida me puede quitar mi sonrisa, ni hacer que olvide que tú conseguiste todo peleando cada día de tu vida. Y aunque ahora no te dé muchos motivos para estar orgulloso de mí, sé que conseguiré que lo vuelvas a estar. Te lo prometo. Porque aunque las promesas están para romperlas, algunas -como está- son las que hacen que me mueva por una ilusión.

Ya te lo dije una vez papá, te lo repito: en tu ausencia respiro.

viernes, 15 de junio de 2012

Un ramito de lavanda

La casa en la que vivía hasta julio pasado estaba en el mismo barrio donde siempre había vivido anteriormente.

Era una calle muy concurrida, con bastantes tiendas, supermercados, restaurantes, vaya, tenía de todo. Tiene de todo.

Y justo debajo de mi casa (hoy me he dado cuenta de que ya no recordaba ni el número del portal) hay un kiosco. Y a su lado se colocaba siempre una mujer pidiendo dinero. Se sentaba en una caja de cartón. Y regalaba sus sonrisas y sus saludos a todos, que le respondían, porque llegaba a ser alguien muy familiar.

De hecho recuerdo una vez ,que me dejé las llaves de casa dentro de la misma y tuve que esperar en la calle hasta que llegara el casero con las de repuesto, cómo estuve hablando con ella un rato largo, sobre los despistes y demás. Nunca supe su nombre, ni ella el mío. Pero igual que yo sé que el dinero que ganaba cada día lo usaba para dormir en una pensión en Atocha, ella sabía dónde vivía yo, con quien y a qué dedicábamos nuestras vidas.

Ella me vio hacer en agosto la mudanza, día tras día. Me miraba con unos ojos que me transmitían todo su apoyo, su figurada palmada en la espalda para darme ánimos. Hablé con ella el día que acabé de sacar todo de casa. Me despedí, con lágrimas en los ojos, diciendo adiós a la que había sido mi casa, a la que había sido mi vida, a la que fue durante un breve tiempo mi lugar más soñado.

He pasado desde septiembre (cuando cerramos definitivamente la puerta de aquella casa) muchas veces por esa calle. Por el mismo portal (que hoy he vuelto a recordar, número 39). Sin mirar hacia dentro, pero soñando con que saldría alguien conocido. He pasado muchas veces, pero normalmente por la noche, tras ir a tomar unas cañas con unos amigos a un bar cercano. He pasado con miedo, y con la cabeza agachada, como para que los recuerdos no salieran.

Hoy he pasado a la luz del día. Y a lo lejos la he visto a ella, a mi "amiga". Y he tenido que frenar el paso y levantar la cabeza. Y me ha recibido con un "¡cuanto tiempo!". Me ha preguntado cómo me iba la vida, me ha sonreído como siempre, me ha vuelto a mirar con esos ojos que conocieron mi pasado de la mano de otra persona. Supongo que mi sonrisa no le ha convencido del todo y que mis palabras le han mostrado cierta angustia, porque en lugar de pedirme alguna monedilla (cosa que hacía de una manera muy leve) me ha regalado unas ramitas de lavanda que había recogido de un parque.

Y con mi lavanda he llegado a casa. Con una extraña sensación. Con esa cosa de que quien menos tiene más generoso es, y no porque te dé lavanda, no, sino porque en esa ramita hay de nuevo un abrazo, aquella palmada en la espalda que me dio figuradamente en agosto.

No me ha quedado más remedio que sonreír, y prometerme volver pronto. A verla de nuevo y a hacer más creíbles mis palabras.

jueves, 14 de junio de 2012

¿Quién dijo futuro?

"Nunca hay derrota
mientras me queden las ganas 
de andar por las ramas."
Poncho K
"El tren de la rendición"



El futuro es solo hoy. Ese instante inmediatamente posterior a nuestro presente.

No hay más futuro. No lo hay y no lo quiero. No quiero tener previsiones, ideas, no quiero un futuro de promesas por cumplir. Porque las promesas están para no cumplirlas, por definición. Porque no quiero planes que se rompan, prefiero saber que ahora, que hoy, que en este instante, tengo la capacidad de seguir luchando.

El futuro no existe. Es algo de lo que hablamos pero que nunca viviremos. Cuando llegue el futuro ya será presente. Y este presente acaba de convertirse en pasado. Y ese danzar vertiginoso del tiempo nos vuelve locos, nos hace perder perspectiva.

¿Mi futuro? ¿Importa más que mi pasado? Solo quiero seguir avanzando, aprendiendo de todo y todos. Descubriendo lugares y personas, redescubriendo a quienes siguen interesados en pelear en esta puta vida.

No quiero suavones, nimios, no quiero insustanciales. Quiero gente que sepa sufrir, levantarse, protestar y ansiar una vida mejor. Quiero gente que escuche y sobre todo que hable. Que compartan alegrías y penas, y también instantes anodinos, de esos que dejamos pasar como si no tuvieran importancia y ocupan el 90% de nuestro día a día.

Mi situación personal no es la más positiva del mundo. No lo es por muchas razones.
Pero yo no me rindo. No lo haré nunca. Porque si he llegado a este punto del camino no ha sido sola, sino de la mano de muchas personas que merecen que siga confiando en un presente mejor.

El año pasado tuve un verano horrible. Para olvidar. O no. Mejor recordarlo para intentar no repetirlo. No me voy a permitir el error de perder meses de mi vida lamentándome de la mala suerte que tuve, que tengo, que he tenido. Así que encaro este verano con ganas de comerme el mundo. Con calma, con serenidad, con ilusión por cada día.

Por despertar y recibir un mensaje de alguien que te recuerda, un abrazo de quien te quiere, una llamada de quien te necesita. No quiero futuro, solo quiero... querer y que me quieran.





jueves, 7 de junio de 2012

Otro siete

Borraría los días 7 de cada calendario.  Creo que haría desaparecer de hecho todos los calendarios.  La dictadura de las fechas. 

lunes, 4 de junio de 2012

El calcetín



El calcetín. Recoges la ropa recién sacada de la lavadora, para tenderla, y encuentras el calcetín. Y buscando su pareja... no la encuentras. El calcetín se ha quedado solo. Hay dos pares de calcetines similares, 3 iguales y 1 diferente.

Y ese calcetín solitario te lleva a recordar el momento de comprarlos. Algún lugar de Estados Unidos (o tal vez fue en Canadá), el típico pack de 3 o 4 calcetines. Toma, yo me quedo 2, otros 2 para ti. Cuanto amor y generosidad.

Las posteriores coladas hicieron el reparto incorrecto. Un juego de calcetines está bien, el otro no. Y si yo no lo tengo bien... él tampoco. Hay un calcetín a kilómetros del otro.

Son solo calcetines, nada más. Pequeñas metáforas cotidianas para aquellos que le damos muchas vueltas a las cosas. Pequeñas excusas para volver a recordar. Cuando no es un calcetín es una canción, en otros casos un lugar, siempre hay algo, alguien que te lleva a tu rincón de nostalgia.

Hoy no es nostalgia, es solo que me falta un calcetín. Y que me he dado cuenta hoy (porque son muy parecidos entre sí), pero que llevo así un tiempo... con los calcetines mezclados, con la vida mezclada, con los sentimientos mezclados.

Y todo por un calcetín...