viernes, 22 de diciembre de 2017

Dentro y fuera

Y cuando menos te lo esperas un día recuperas las ganas de escribir.
Quizás solo dure unos minutos, quizás el efecto se pase tan rápido que la historia se quede en un microcuento... o que ni siquiera haya historia. Pero te invade de golpe una fuerza por dentro, como la rabia, como ira, como un ataque de amor. Todos esos sentimientos encontrados para golpear un teclado sin una idea fija.

Solo para escribir palabras, solo para crear vivencias, solo para mostrar mi interior, una vez más.

Mi interior. Cada vez más lejano de mi exterior.

Mi interior. Al que el acceso está restringido, cosa de la que me alegro, porque me protege de injerencias, de miradas de incomprensión.

Soy feliz. Básicamente soy feliz. Porque despierto cada día en un lugar donde me siento querida. Y porque al acostarme recibo un abrazo que me llena el corazón como nunca antes lo había tenido.

Lleno a rebosar. De amor en estado puro, y de amor a cuentagotas.

Un corazón pleno, una felicidad total.

Aún sin la madurez que debería acompañarme por los segundos vividos, pero una felicidad que a veces incluso se me desborda, y me lleva a un estado de "tontuna transitoria".

¿Sabéis cuando uno se siente tan tan feliz que debe buscar una razón para volver a pisar el suelo?
Cuando estás tan alto que buscas excusas que te recuerden que somos efímeros, que la misma felicidad es efímera.

Así me siento últimamente. Quizás eso explique que ya no escriba tanto, porque la felicidad no parece ser lo que los demás quieren saber de uno. Por eso me retiro: feliz y tranquila. En mi pequeño mundo, con mis grandes amores.