viernes, 30 de diciembre de 2016

Pasado, presente y futuro.



Va llegando el momento de despedirme de este 2016.

Aprendo cada día, y en ese aprendizaje llevo sobre todo una certeza: nada es posible sin salud.

Así que al 2017 le pido primera y fundamentalmente eso, salud. Para mí y los míos.

Con la buena salud el resto de cosas ya quedan en mis manos. El amor, el dinero, el trabajo, la amistad, los viajes, los diferentes placeres. Todo aquello que preciso para hacer de mi vida un escenario idílico.

No ha sido ni mucho menos un mal año este 2016. Hace un tiempo me parecía imposible pensar que un año par pudiera darme nada bueno, pero como todo es algo cíclico.

Y 2016, como 2012, como 2014, ha sido en general un buen año.

¿El año de mi vida? No sé, pero sí el año de mi felicidad más estable.

El año de la calma, del sosiego, de la felicidad en pequeñas dosis. De crecer y creer. De reconocer a los míos y lo mío. De ahuyentar aquello que duele, dolió y podrá causar dolor.

2016 ha sido el año de los reencuentros más bonitos. Y de los adioses que ya no duelen apenas, porque han sido progresivos.

Ha sido el año de corroborar la amistad, quedándome cada vez con un círculo más reducido. Pero creyendo siempre en ella.

Es día a día el año del amor. El amor marca mi vida. Porque amar es una palabra tan grande, tan completa, tan intensa, que no podría expresar lo que siento a diario. Amor. Amar. Sentir y confiar.

Se va empequeñeciendo 2016 y veo a lo lejos venir una figura gigantesca, llena de días, horas y segundos para colorear. Se acerca 2017, enorme. Con proyectos siempre, con estabilidad, con familia y con amor. Con fe. Con ilusión.

Despido a 2016 con un abrazo sentido, de esos que solo das y te dan algunas pocas personas en el mundo. Cerrando los ojos y disfrutando del momento. Oyendo el silencio y callando las palabras. Ya nos lo hemos dicho casi todo. Ahora toca recibir al hermano pequeño con una sonrisa sincera y un abrazo cálido, reconfortante.

Bienvenido 2017, dame la mano que te digo el camino...