martes, 29 de diciembre de 2020

Ese 2020

 Ese 2020...

Aprendí que tengo que buscarme, encontrarme y quererme. Que me echaba de menos, porque me había desdibujado mientras pintaba de colores la fachada de la casa. 

Aprendí que la gente es más débil de lo que aparenta, y que la falta de contacto real nos lleva a volvernos invisibles.

Aprendí que me gusta esa capa de invisibilidad, y que quiero ser yo, por mí y para mí. Y entregarme al cien por cien a quienes me han visto llorar a mares. Para reírme con ellos a carcajadas. Y que tristemente sobran demasiados dedos en la mano para contarlos. 

Descubrí que estaba más sola de lo que creía, y que mis palabras escritas eran un bálsamo, para mí y para quienes me quieren de verdad. 

Aprendí que es fácil dar consejos y muy complicado aplicarlos, y que a mi alrededor faltaba mucha realidad. He tenido durante años muchos besos, abrazos y "te quiero" que ese 2020 me ha demostrado que no salían del corazón.

Aprendí que solo quien te quiere de verdad puede ayudarte a ser mejor. Y que el dolor que he sentido ha sido porque he sido antes tan feliz que me frustra haberme perdido.

Pero esa es una de las más grandes enseñanzas: he sido tan feliz que voy a volver a serlo. Porque es mi razón de ser, y siempre ha sido así. Porque el objetivo de la vida no es la felicidad, sino que ese es el camino a seguir. 

Aprendí, descubrí, tengo claro, que el amor tiene mil bifurcaciones, y que los recovecos forman parte de esta historia. Hacen todo mucho más bonito, más intenso, más profundo. Y nunca me gustaron los bocetos, me gustan las cosas finalizadas, y me gusta que acaben bien. Pero bien a mi manera, que es la válida, porque es la mía. 

Aprendí a separarme de todo, para unirme más aún, si es que sigue mereciendo la pena. 

Ese 2020 que tanto nos ha quitado me ha dado muchísimo más. 

Dudo de verdad que podamos tener un buen 2021 si no hemos sabido aprender la lección. 

Yo estoy orgullosa y feliz, sí, feliz. Porque cuando absolutamente todo me ha ido mal aun he tenido tiempo para sacar una sonrisa en el momento apropiado, y ayudar a alguien que lo necesitaba y me lo pedía. 

Y si algo he aprendido este año es que he nacido para eso. 

Gracias 2020, pese a todo. Estoy deseando que llegue el 2021 para continuar mi nuevo rumbo.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Feliz Navidad

La vida no es fácil siendo yo, ya te lo avisé.

Ahora no me vengas con dramas ni sorpresas. Nunca te engañé, desde el primer día te dije lo que pasaría, cómo sería todo, y tú siempre me tomabas a broma.

Estabas tan tranquilo hoy, lo sé. Hasta feliz. La típica estampa navideña, después de la copiosa comida familiar. En el sofá, viendo por enésima vez la saga de “Regreso al futuro”, toqueteando el móvil nuevo, regalo de Papá Noel, o de tu cumpleaños. Porque hoy cumples 30.

Ha sido un día feliz. De compartir, de beber, de cantar, de comer, de estar en familia. Y tú y yo tan felices…

Te ha fallado tu mala memoria. Siempre te lo he dicho: no recuerdas las cosas importantes. Estás acostumbrado, mal acostumbrado, a que siempre yo te las recuerde. Pero esta no. Esta no iba a estar recordándotela, porque me hacía sufrir.

Sabía que iba a ser así, porque te lo dije el mismo día que me pediste salir, pero no es fácil llevarlo a cabo. Yo no soy fácil, ya te lo he dicho. Y te lo diré siempre: NO SOY FÁCIL. ¿Qué esperabas? ¿Que iba a cambiar de idea?

No, eso no podía pasar. Es uno de mis principios fundamentales, si no el que más. Me voy siempre por las ramas. En fin, que lo siento mi amor. Que esto es así y así tenía que ser. He sido muy feliz a tu lado, pero como ya te dije: el día de tu 30 cumpleaños dejaríamos de ser pareja.

Y ese día ha llegado hoy. Llámame loca, tampoco jamás lo negué.

Pero hoy es Navidad y eso significa que hoy cumples 30 años. Hasta siempre.

La vida no es fácil siendo yo, ya te lo avisé. Ahora sé que nunca me olvidarás.

 

martes, 1 de diciembre de 2020

Mis ojos son tuyos

Te presto mis ojos, con su miopía magna y su astigmatismo, con sus defectos y con todas las virtudes.


Te los presto para que puedas ver la vida como la veo yo. Para que puedas entender cómo miro lo que me rodea.

Que no comprendo tanto egoísmo. Que echo en falta que los demás piensen en alguien más que en sí mismos.

Que la realidad no es solo la que vives tú, ni solo la que vivo yo, pero si juntamos tu visión y la mía quizá todo se acerque más a la vida real.

Y podemos ver que hay gente sin trabajo que sufre, por no tener ingresos con los que alimentar a su familia, y por no sentirse útil en una sociedad que solo valora las horas que trabajas en un puesto laboral.

Y que la gente enferma, y con enfermedades de muchos tipos, desde un simple resfriado al maldito coronavirus, pasando por enfermedades mentales que destruyen por dentro.

Que las relaciones no son nunca idílicas, y que aunque no son el as de guía de una vida sí son importantes para seguir adelante con alguien a tu lado.

Compartiendo nuestros ojos veremos que hay gente sola, y la soledad es lo más triste del mundo. Porque, ¿cuántas veces has llorado en soledad? Y has deseado tener a alguien abrazándote…

Cuando la vida nos va bien nos olvidamos de que a nuestro alrededor la gente sufre. Y más cerca de nosotros de lo que pensamos.

Por eso te presto mis ojos. Mira con ellos a la gente sin trabajo, sin salud, sin amor, sin suerte, y reflexiona sobre cómo sería tu vida en cualquiera de esas circunstancias. Dedica cinco minutos, aunque puedo decirte que si no lo has vivido no sabes lo que es.

Te los presto, porque mi corazón no puedo dártelo. Si lo hiciera, entonces sí, comprenderías absolutamente cómo me siento cuando veo tanto dolor.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Adiós

Cuesta mucho decirlo, pero ha llegado la hora.


Son solo cinco letras, pero el solo hecho de pensarlas encoge el corazón a cualquiera.

Decir adiós, sin saber si será por un tiempo o quizá para siempre.

Dudando, salir o no por esa puerta, cerrarla y tal vez nunca regresar. O a lo mejor volver al poco tiempo.

Pero de momento llega ese triste momento de decir adiós. De armarse de valor, respirar profundo, cerrar los ojos, y no echar la vista al pasado.

Coger fuerzas y decir bien alto: “Adiós”. E irte, con la cabeza bien alta, el corazón destrozado, las lágrimas en los ojos y la sonrisa en la boca.

Pura incoherencia, total sentimiento. El adiós como única solución, porque siempre tiene que haber un adiós, y lo bonito es pensar que pronto habrá de nuevo un hola, en el cual llenaremos de nuevo el alma de ilusión, la cara de sonrisas y la vida de alegría.

Hoy es el adiós, hoy digo adiós. Ha sido todo tan bonito. Será todo tan bonito.

Es la vida: hola y adiós, amor y odio, siempre y nunca, tú y yo.

lunes, 26 de octubre de 2020

El balcón

Estaba harto de escuchar las conversaciones de sus compañeros de piso.


Esta vez se había equivocado de pleno al elegirles, tan distintos, tan modernos, tan guays, tan inaguantables.

Había encontrado su refugio en su pequeño balcón, donde solo podía sentarse de lado, ya que era minúsculo. Rodeado de plantas resecas (porque nadie se encargaba de regarlas), con un estruendo importante (cosas de vivir en el centro de la ciudad), se sentaba en la pequeña banqueta y se fumaba un cigarro mirando a la calle.

Esta vez le llamó la atención el balcón de enfrente. Con un elefante simpático dibujado en la ventana. Sus colores, su simpatía, le hicieron sonreír tímidamente.

Al día siguiente, de nuevo en su pequeño espacio, se fijó en ese balcón. Pero esta vez estaba ocupado.

Otro chico, más o menos de su misma edad, moreno, despeinado, vestido con un pijama de unicornios, con gafas, se fumaba también un cigarro.

Sus miradas se cruzaron y ambos sonrieron. Ningún gesto más, ni una sola palabra, solo esa sonrisa y una mirada amable.

Así día a día se fueron acostumbrando a encontrarse mientras se fumaban su cigarrillo –maldito/bendito vicio-. Se miraban, sonreían y seguían a lo suyo. Aunque cada vez las miradas eran más largas, jamás se le pasó por la cabeza dedicar una palabra.

Le divertían los diferentes pijamas que el chico llevaba: aparte del de unicornio una gran variedad de animalitos, desde monos hasta osos panda, pasando por jirafas o pingüinos. También toda la colección de Star Wars, y un excéntrico pijama arcoíris.

Nunca se cruzaron nada más que esas miradas, en días soleados o lluviosos, en noches frías o calurosas, solo se miraban y sonreían. Y cada uno volvía a su mundo, pero con una pequeña ilusión: la de volverse a reencontrar cada día en su balcón.

miércoles, 21 de octubre de 2020

¿Cuándo?

¿Cuándo volverás a llamarme?


Echo de menos hablar contigo, casi a diario, como cuando éramos jóvenes e iniciábamos nuestro camino en este mundo moderno.

Qué mayores nos creíamos. Cuantas veces salvamos el universo con nuestras charlas profundas.

Pasaban las horas volando, entre conversaciones absurdas, coca-colas y patatas. La música siempre puesta de fondo, y “Ojalá” como nuestro himno generacional.

Nos creíamos tan diferentes… Pensábamos que con nuestros actos íbamos a cambiarlo todo. Que teníamos la solución a todos los problemas, porque éramos más listas que nadie.

Y si nos cansábamos de charlar nos íbamos a tomar una copa, o dos, o ninguna. Solo a pasear por pasear, para llenarnos de ciudad, de nuestra ciudad que tan increíble nos parecía, llena de posibilidades y vida.

¿Cuándo volveremos a vernos?

A sentir ese abrazo que te llena el alma como ningún otro. Porque es el abrazo de la amistad más pura y sincera.

¿Cuándo romperemos la distancia? Quemando los kilómetros que nos separan en un coche desvencijado, al ritmo de nuestras canciones y nuestras risas.

¿Cuándo entenderemos que la vida pasa, se está pasando, y que todo esto solo son excusas? Y que si quisiéramos vernos ya lo estaríamos haciendo, y no estaría pensando en el cuándo.

Cuando aceptemos que el pasado quedó enterrado en nuestra memoria, entonces quizá tendremos un hueco nuevo para crear un futuro.

domingo, 18 de octubre de 2020

Dormida

No podía casi abrir los ojos. Le pesaban tanto que era un esfuerzo sobrehumano. Había llorado durante toda la noche, y ahora solo pensar en empezar el día parecía imposible.


Lloró con enorme tristeza, hasta con dolor. Cada lágrima le quemaba la cara, de forma imaginaria, pero así se había sentido ella. Perdida, hundida, humillada, la más absoluta nada.

Quería abrir los ojos, y al hacerlo ver de nuevo el sol que cada día salía, dándole la oportunidad de empezar otra vez.

Todos los días empezando, todos los días como si fueran el único día de su vida. Porque ya todo había acabado, pero esta vez, aunque hubiera lágrimas, había felicidad.

Lloró toda la noche de rabia, lloró de impotencia, lloró por la injusticia, lloró por ella y por todas las demás.

Lloró sabiendo que no volvería a llorar más por lo mismo, porque había estado dormida durante años, oculta bajo los golpes de su “odiante”, porque nunca un amante puede odiar tanto a una mujer como para golpearla.

Lloró hasta el amanecer, y con los primeros rayos de sol despertó a una nueva vida. Había estado dormida mucho tiempo, hoy era el día de renacer.

Hoy empieza una nueva vida, sin dolor. Con amor propio.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Equi-vocación

Toda la vida soñando con dedicarse a lo que ahora hacía.

Jugaba con las muñecas y ya interpretaba el papel de lo que quería ser, de lo que quería vivir.

Tenía charlas con ellas, en las que su profesión estaba clara, aunque ella era tan pequeña que parecía imposible que supiera siquiera lo que decía.

Pero fue creciendo y su vocación con ella. Siguió cada día más dispuesta a dedicarse a lo que había decidido. Y estudió para ello. Y sacrificó mucho tiempo y diversión por hacer esas prácticas tan increíbles.

Poquito a poco, gracias a su esfuerzo y a su saber estar consiguió lo que siempre había soñado. Tan joven y ya pisando los escenarios de sus sueños. Todo iba rodado, o así parecía a priori.

Pero siempre se dice que lo malo de los sueños es que cuando se cumplen te das cuenta de que no eran para tanto. Y eso es lo que en realidad estaba pasando.

Toda su infancia, toda su adolescencia, luchando por alcanzar un sueño, y cuando ya formaba parte de él descubrió que nada es tan bonito como nos lo pintan.

Y empezó a ver las malas caras, las puñaladas traperas, la gente capaz de pisar a cualquiera por conseguir un hueco. No hay amigos en los sueños. Todos quieren ser el protagonista, y los hay con más coraje, con más sensibilidad y con más o menos moral.

Ella era fiel a sus principios. Y aunque toda la vida soñó con ello decidió que no era su sitio. Que lo había tenido, lo había vivido, lo había disfrutado, pero que ya era hora de reconocer que fue una gran equi-vocación.

lunes, 12 de octubre de 2020

Felicidad

El error del ser humano es buscar la felicidad a gran escala.


Me hace feliz levantarme y ver el sol. Quedarme más tiempo de lo normal en la cama. Desayunar a horas tardías, cuando de verdad tengo hambre. Y desayunar en vacaciones. Ducharme cuando la presión del agua es fuerte. Leer un libro de esos que enganchan desde el principio. Escribir notas en mi agenda. Y ponerles el tick si he hecho lo que tenía que hacer. Conducir. Viajar. Probar comidas nuevas. Repetir comidas que me entusiasman. La comida de mi madre. La tortilla de patatas de quien de verdad sabe hacerla.

Llegar a una ciudad nueva y descubrirla poco a poco. Tomarme una cerveza con amigos, y el vermú en la playa, antes de comer. Los chupitos de piruleta. Combinar el sol y la sombra en la piscina. Escuchar música a todo volumen.

Cantar y bailar con ellos. Los abrazos. Los besos. Sus sonrisas. Y la mía. Agarrar de la mano a mi madre. Enseñar a quien no sabe. Ver crecer el aguacate. Imprimir fotografías. Sus buenos días. Sus buenas noches. Las horas gemelas. Las pareidolias. La pizza. El gol. La canasta. Y Nadal.

Los reencuentros. Los “te echo de menos”. Un “te quiero”.

Caminar sin rumbo fijo. Escuchar el carrusel deportivo. Recordar que fui muy grande. Y saber que lo seguiré siendo.

La felicidad tiene tantas formas de ser que no puede ser solo una cosa.

viernes, 9 de octubre de 2020

Guapa

 Mira que eres guapa. Sí, tú, y tú también.


Lo que enseña el espejo es una belleza total. No lo dudes. Guapa hasta decir basta.

De arriba a abajo, una belleza integral, para todos los sentidos.

No te conformes solo con sentirte guapa por dentro, que eso ya lo sabías tú de siempre. No, no. Es que además eres preciosa por fuera.

Qué manía con decir: “es tan guapa por fuera como por dentro”.

Pues claro, no conozco a nadie que sea feo por dentro y que por fuera sea también guapo. No existe, porque esa fealdad interior se desprende en cuanto tienes el mínimo contacto cercano con esa persona.

Y además, ¿hay cosa más subjetiva que la belleza?

¿No nos parece, desde pequeños, que nuestros padres son los más guapos del mundo? ¿O nuestros hijos? ¿Alguno de vuestros hijos es feo? Claro que no. Porque el amor nos hace ver a las personas que queremos como personas guapísimas.

Por eso, mírate al espejo y admira tu propia belleza, porque ese será el signo inequívoco de que te estás empezando a querer a ti misma.

¡Guapa, más que guapa! No hay nadie como tú.

martes, 6 de octubre de 2020

Hoy

Hoy me he mirado al espejo nada más levantarme.

Lo señalo porque es algo excepcional. No suelo hacerlo muy a menudo, a no ser que esté buscando algo en mi cara.

Me miro cuando me lavo los dientes, o cuando me peino, o al darme una crema. Pero no me suelo prestar atención.

Sin embargo, hoy me he mirado al espejo.

Y me he visto: mayor, más mayor de como yo pensaba que era.

Pero no por las arrugas que lógicamente van apareciendo. Ni siquiera por el aspecto de mi cara. O por los ojos más apagados.

Me he visto mayor porque de repente la imagen que me devolvía el espejo era la de una señora anciana, a la que yo no creo haber visto nunca.

Tenía el pelo blanco entero, no unas escasas canas que pueden aparecer.

Y lo de las arrugas… no eran unas pocas, era una por todos lados, que se movía sinuosa como una carretera de montaña.

Los ojos más cerrados, como si les costara abrirse.

Me he mirado las manos: ajadas, desgastadas, arrugadas. Esas manos de abuela que nos llenan de ternura si son ajenas, pero que todos parecemos querer evitar, luchando contra los años.

Me he sentido cansada, y algo melancólica. Triste incluso, y una pequeña lágrima se ha deslizado por mi cara, o por la suya.

Porque, ¿quién es esa señora?

Y viendo mi estupefacción la señora me ha sonreído con delicadeza, y me ha dicho, en una voz suave: “se nos ha pasado la vida. Y no te has dado cuenta de la cantidad de días que has dejado escapar, pensando en lo que sería el futuro, soñando en lo que harías. La vida se escapa como el agua entre los dedos de las manos, que por mucho que intentes sujetarla siempre se cuela.

Ahora ya somos mayores, y ni siquiera te has dado cuenta de todo lo que has pasado, de lo que has vivido, de lo que has dejado por vivir.

Solo te lanzo una pregunta: ¿vas a morir feliz?”

lunes, 5 de octubre de 2020

Invierno

Qué poco me gusta cuando empieza a apagarse el otoño y asoma el invierno. El crudo invierno. Mi mente asocia el invierno a una imagen blanca, a un tacto helado, a un olor a estufa. Podría asociarlo a la Navidad, a los villancicos, a la alegría de esas fechas.

Pero es que el invierno también es febrero.

Tengo frío, las manos heladas hasta tal punto que me duelen las puntas de los dedos al escribir. Si respiro fuerte sale vaho por mi boca.

Los pies están gélidos. No los siento. Tengo frío, mucho frío.

Maldito invierno. Y dicen en las noticias que ahora viene lo peor.

Que van a bajar las temperaturas hasta mínimos históricos.

A mí ya todo me da igual. Desde que me dijiste que lo nuestro se había acabado, también se acabó el sufrimiento en mí. Nada me duele, nada me preocupa, nada me alegra, nada me afecta.

No puedo tener más frío ya, porque aquel día se me congeló el corazón.

viernes, 2 de octubre de 2020

Juntos

¿Recuerdas cuando soñábamos con pasar cada fin de semana juntos?


Esos días en que el plan era igual de bueno si nos tirábamos horas debajo de la manta viendo películas, o si nos íbamos todo el fin de semana de fiesta.

Despertar a tu lado sabiendo que no había prisas, horarios, obligaciones, era la máxima felicidad. Desayunábamos… o no.

Salíamos a tomar el aperitivo a la hora de la comida, y comíamos a la hora de la merienda. Siempre teníamos hambre, siempre queríamos más, siempre había hueco para la diversión. Ganas de comernos el mundo.

Todo era divertido, las risas eran el único lenguaje que conocíamos, risas que provocaban agujetas, que nos hacían creernos los reyes del mundo.

Fuimos los mejores, fuimos los más felices, vivíamos en una nube constante.

Juntos éramos todo.

Y me encanta saber que, pese a que la edad nos ha cambiado, seguimos juntos y seguimos volando en nuestro cielo perfecto, cambiando esa juventud con algunas canas y arrugas, necesitando más tiempo para recuperarnos tras una noche loca, y comiéndonos el mundo con más calma. Cosas de la edad.

Pero juntos, y así seguimos siendo todo. Seguimos siendo los mejores, los más felices y los habitantes de la nube. Porque te prometí un “para siempre”, y cada día es el único día de nuestras vidas. Un día feliz, otro día juntos tú y yo.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Kiwi

Por más que insistas: no me gusta el kiwi.


Que no, que no quiero tomarlo, ni ahora, ni más tarde, ni dentro de mil años: NO-ME-GUS-TA.

Ya, ya sé que ahora me vendrás con sus múltiples beneficios para la salud.

¿Sabes para qué no es beneficioso? Para mi gusto. NO-ME-GUS-TA.

Me estás enfadando. ¿Tienes acciones en una compañía de kiwis?

Por no gustarme ni siquiera me gusta el color verde. Asociamos el verde al kiwi, pero antes de abrirlo es marrón. Es como si en lugar de decir que una persona es blanca o negra dijéramos que es roja, porque por dentro lo es (digo yo, que tampoco nunca he visto a una persona por dentro, pero sangre tenemos, ¿no?)

Pues eso. No quiero tomar kiwi, es una fruta mentirosa. Y además, fíjate, es que ni siquiera tiene un nombre original. Pero si hay un ave que se llama igual.

“Tómate un kiwi”, y ¿cómo me lo tomo? ¿De postre o en pepitoria?
Vaya tela, que no, que no, el kiwi para ti. Al final te lo tiro encima.
Solo te voy a decir una cosa: NO-ME-GUS-TA.

Kiwi, quigüi, quibi, lo diga como lo diga, lo escriba como lo escriba. Invítame a un kiwi, pero en mojito, que así a lo mejor me convences.

martes, 29 de septiembre de 2020

Lejos

Tan lejos que cuesta escuchar tu voz. Es solo un susurro, como llegado de una caracola al acercarla al oído.


Tan lejos que no puedo tocarte, sentir tus manos acariciando las mías, ni un leve roce, ni una mínima caricia.

Tan lejos que para comunicarme contigo casi prefiero mandarte un whatsapp, porque si hablamos lo más normal es que acabemos discutiendo.

Como si fuéramos dos extraños, o peor aún: dos personas que de tanto conocerse han llegado a ver lo peor del otro, y han llegado a odiarlo, a odiarle, a odiarse.

Cada paso que damos adelante es un paso que nos separa, y estando cada vez más lejos rompemos con el pasado, al que ya no queremos acudir para averiguar si fuimos tan felices como pensábamos.

Lejos del amor, cerca de la desidia. Cuando de tu boca solo sale una frase, directa del corazón, directa al corazón: “vete lejos, porque si te quedas cerca vas a estar más lejos que nunca de mí”.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Naturalidad

Con toda la naturalidad posible aceptó su error.

Era un error infantil, de primero de EGB, que es lo que ella había estudiado.

Y mira que repasó veces, pero aun así se equivocó.

La vida está llena de errores, unos más graves que otros, y algunos, muchos, incluso divertidos. Dicen que de algunos de ellos han venido algunas de las mejores ideas que ha tenido la humanidad. No es el caso.

Pero con total naturalidad aceptó su error.

Y se sentó, como cada mañana, a escribir en el ordenador la historia que le tocaba. Y ese día lo tuvo fácil. Un poco de ayuda externa y la idea vino rodada.

Y decidió aceptar, con total naturalidad, que antes de la Ñ va la N, y no la M, como ella puso. Sería que tenía muchas ganas de escribir sobre “Mamá”, y no se dio cuenta de que el hambre le hizo zamparse a la bonita letra N.

Así que aquí está, escribiendo un relato sobre la N, sobre la naturalidad de los fallos. Porque errar es humano, y otra cosa no, pero ella humana es, aún.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Mamá

Mamá, aquella que te pare, y también aquella que no lo hace.

Mamá, la que habiéndolo llevado dentro 9 meses, o tal vez no, lo siente como lo más importante y da todo por él.

Mamá, la que te enseña a comer, a caminar, a hablar, a caerte y levantarte siempre. La que te forma como persona, la que te educa, la que te muestra un camino y te deja aun así que tomes el tuyo propio. Siempre a tu lado, aunque te equivoques.

Mamá, la que aguanta que estés días sin llamarla más que para saludar, y que luego reaparezcas en tus momentos de hundimiento, hablándola a todas horas, llorando cada minuto.

Mamá, la que te prepara tus comidas favoritas, aunque odie cocinar. Y te hace comida de sobra para que te la lleves a casa después.

Mamá, la que te regañaba porque hacías algo mal, y al segundo estaba jugando contigo, porque sabía que lo único que querías era sentir su calor.

Mamá, la que lucha contra brazo y marea para sacar adelante sola a un hijo, a cambio de perderse su tiempo con él, sus mejores momentos, y se los regala a quien le cuida.

Mamá, la que piensa siempre primero en su hijo, y después en sí misma, solo porque sabe que cuidándose ella podrá seguir dándole lo mejor.

Mamá, dame la mano, que ahora me toca a mí cuidarte. Como tantas veces has hecho durante toda mi vida, y sigues haciéndolo aún. Porque no hay alivio más grande que el abrazo de una madre, ni sonrisa más perfecta que la que ves en su rostro cuando vuelves a casa.

martes, 22 de septiembre de 2020

Ñiquiñaque

Había veces que su abuela empleaba contra él palabras muy raras. Podrías pensar que eran cosas bonitas, como siempre imaginamos que corresponde a una abuela. Un ser delicado, amable, cariñoso, vulnerable…


Pero él la conocía bien. Por eso sabía que las palabras que no entendía eran palabras feas. Siempre que pasaba algo, cuando estaban todos los primos juntos, las culpas recaían sobre él. Daba igual lo que hubiera hecho, “ya está C. molestando a sus primas”.

A C. había una palabra en particular que le dolía más cuando su abuela se la decía, porque le miraba con desprecio, esa mirada gris, profunda, que algunas personas dedican a los niños que les molestan desde la primera respiración. Y esa palabra era “ñiquiñaque”. No sonaba fea, no podía ser algo malo.

La curiosidad de C. le llevó a buscarla en el diccionario, harto de escuchársela siempre a su abuela, mientras sus primos se reían y le señalaban: “ñiquiñaque, ñiquiñaque”, con una cantinela repetida que se le metía en la cabeza, y le rompía el corazón.

Ñiquiñaque: Persona o cosa muy despreciable.

¿Sabría su abuela lo que significaba realmente esa palabra? Tal vez solo la decía porque había llegado a ella a través de la tradición oral, como tantas palabras en desuso.

Tantas veces quiso C. decirle a su abuela, cada vez que se lo llamaba, que él no era un ñiquiñaque, que ese apelativo le venía mucho mejor a ella… pero no, la verdad es que C. no pensaba eso sobre su abuela. Pese a tantos desprecios siempre la tuvo cariño, la respetó y la lloró en su muerte.

Porque C. aprendió de sus padres que a veces las personas más crueles lo son porque tienen en su vida dolores muy metidos dentro de sí. Y él mismo siempre pensó que todas las personas nacen buenas, y si poco a poco van convirtiéndose en personas peores no es, en muchos casos, por elección propia, sino por un destino caprichoso e injusto.

Así que aceptó que su abuela le llamara palabras tan raras, y acabó incluso haciendo de ñiquiñaque su palabra favorita. Porque una palabra así nunca debería tener un significado negativo.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Ostracismo

Relegado al ostracismo. Ya era algo que se hacía en la antigua Grecia con los ciudadanos peligrosos o sospechosos.

Pero ni estábamos en la antigua Grecia ni yo era un ciudadano de ese calibre.

Sin embargo, tenía la sensación de estar ya en el olvido. Como si no existiera, como si toda mi vida pasada hubiera sido un sueño. ¡Y menudo sueño!

Había pasado de tener una vida tranquila, cómoda, incluso feliz, a estar apartado de todas las bondades de la sociedad.

Claro que había cometido errores, algunos más graves que otros, pero me parecía que el castigo estaba siendo demasiado duro. Me costaba entender que en pleno siglo XXI un fallo desencadenara esta tormenta.

De acuerdo, quizá un fallo detrás de otro. Tal vez había aprovechado mi situación para cometer más delitos de los que debiera, y alguna que otra acción que podría incluso considerarse amoral o inmoral.

Pero, ¿qué persona con algo de poder no hace lo mismo hoy en día? ¿Por qué la han tenido que pagar conmigo? Mi cabeza ha caído, y han querido machacarme para ser ejemplo de lo que no tiene que ser…

Malditos medios de comunicación. Malditos compañeros de partido, todos cogían del mismo cajón pero me han pillado a mí con las manos en la masa. Y los del otro partido igual. Ay, si yo hablara… pero claro, por eso estoy donde estoy, para que no pueda hablar. Me han robado casi mi identidad, así me tienen calladito.

Relegado al ostracismo, como en la antigua Grecia. Hasta en eso soy un grande. Ya me decía mi madre que era más listo que el hambre, aunque quizá esta vez me he pasado de listillo.

¿Ostracismo es una ciudad con mar?

sábado, 19 de septiembre de 2020

Paciencia

Qué sencillo cuando me dices que lo que tengo que tener es más paciencia.

Que me tomo todo demasiado en serio y que me preocupo por cualquier cosa.

Es verdad, estoy siempre agobiada, estresada, con los nervios de punta, pero ¿te has parado a pensar en todo lo que hago?

Es fácil pedirme paciencia mientras tú te vas de casa a trabajar y ya no te preocupas por nada más. “Chica, es que te lo tomas todo a la tremenda”. Así, con tu chulería, mientras te tomas una cerveza con tus amigos y yo te cuento por teléfono que nuestros hijos, NUESTROS, me tienen desquiciada.

Porque no quieren hacer los deberes ni me hacen caso con nada, y no hacen más que pelearse. Mientras pongo la lavadora, tiendo la ropa y limpio la casa. Mientras intento preparar la cena y tu comida para mañana. Mientras busco un hueco solo para ducharme.

“Te falta tener más paciencia, un día te va a dar algo”.

Me voy a tomar todo con más paciencia, sí. No me voy a preocupar de los horarios, y si los niños llegan tarde al colegio, pues que lleguen. Y si no tienes comida lista para el trabajo, pues no la tengas. Si llegamos tarde al médico, que nos esperen. Si no hay ropa limpia porque no he puesto la lavadora, pues usamos ropa sucia. Voy a tomarme todo con paciencia, no voy a ser una paranoica , ni una histérica, ni nada.

Voy a relajarme, a ver películas, a salir con mis amigas, a ir de compras, a tumbarme a leer, qué maravilla.

Por cierto, al bebé de seis meses dale tú de mamar si eso. Y al nene de 5 años déjale que se duche solo, que ya es mayorcito. Del de 8 años ni hablamos, mejor que se encargue él de hacer las cosas de la casa, mientras yo sigo desarrollando esto de la paciencia. 

¡Va a ser tan divertido!

jueves, 17 de septiembre de 2020

Quitapenas

Jamás creyó en ese tipo de cosas. Que si el mal de ojo, o el chinito de la suerte, la pulsera del amor, la ropa roja en Nochevieja, los amuletos.

Eran a su forma de ver patochadas, de ese tipo de cosas que no sabes si reír o llorar.

Se enfadaba cuando su madre se santiguaba porque se había caído la sal. O cuando su primo se ponía nervioso porque se les había cruzado un gato negro.

Y ella jugaba en los restaurantes con el salero, para asustar a quien quisiera creérselo, porque no le entraba en la cabeza que gente inteligente creyera en ese tipo de cosas.

Pero de repente las cosas le empezaron a ir mal, y su tristeza iba en aumento. Y no pasaba un día sin pensar que algo raro estaba pasando, que no era normal que todas sus bases vitales le estuvieran fallando a la vez.

No iba a caer en la tentación de pensar que le habían echado mal de ojo. No se le pasaba por la imaginación siquiera recurrir a nada parecido, y mucho menos a intentar “sanarse” con métodos pseudo-religiosos.  

O sí… porque cuando tienes todo perdido, ¿qué más da probar algo en lo que nunca has creído? ¿Qué más puede pasar?

Cogió su caja de recuerdos, aquella en la que llevaba años y años guardando cualquier cosa que le serviría para no olvidar aquellos momentos importantes de su vida. O no tan importantes, porque vistos en perspectiva eran de lo más tontos. Pero así son los recuerdos, traicioneros.

Encontró lo que buscaba. Una pequeña caja de madera con colores, un recuerdo de un verano especial. Había comprado en un mercadillo de una ciudad costera varias cajitas para repartir entre su grupo de amigas.

Abrió la caja y aparecieron los pequeños muñequitos. No muy bien formados, ni coloreados. Curiosos. Los muñecos quitapenas.

Los metió debajo de su almohada y recordó la canción que cantaban todas juntas entonces: “Los muñecos quitapenas quitan las penas que tengo. Se las cuento muy bajito y me las curan en silencio. Y debajo de mi almohada duermen siempre mis muñecos y si tengo alguna pena yo sin ella me despierto”.

Y mientras la cantaba para sí misma fue recordando esos momentos, esas risas, esos juegos adolescentes. Y vio las caras de todas y cada una de sus amigas. Y por primera vez en días cambió las lágrimas por sonrisas.

Porque los muñecos quitapenas en este caso eran sus recuerdos, de los grandes momentos compartidos, de un pasado de diversión, amistad y confidencias. Y sabía que todo eso seguía en su vida, y que sus amigas iban a conseguir de nuevo sacarla de aquel agujero en el que había caído.  

martes, 15 de septiembre de 2020

Rebelde

Siempre le gustó ser el más rebelde. En cualquier lugar donde iba, quería mostrar su personalidad con esa faceta: la rebeldía.


Rebelde desde pequeño en la guardería, negándose a obedecer las normas.

Rebelde más mayor, intentando pasar de puntillas por las obligaciones.

Con su póster de James Dean en la pared de su habitación. Él era el rebelde sin causa en su vida.

Obedecía lo justo para no meterse en más problemas. Peleaba con los chicos en el barrio; discutía con sus amigos en el bar, mientras tomaba unas cervezas de más. Siempre había una razón para enfrentarse a lo establecido.

Su andar era chulesco, su mirada desafiante, su voz con un deje amenazador.

Le gustaba infundir miedo, y ese era su error, porque no le tenían respeto, sino temor.

Y el que siempre quiso ir de rebelde fue dándose cuenta de que la vida es otra cosa.

Y los golpes le fueron enseñando que era mejor que te quisieran por tus buenos actos a que estuvieran a tu lado porque así no sufrirían daños.

El póster de James Dean quedó tirado en alguna papelera, y sus andares, su mirada y su voz se relajaron. En ese relax él fue encontrando su felicidad, y decidió que lo de ser rebelde es un papel muy bonito: para el mundo del cine.

domingo, 13 de septiembre de 2020

La sal

Eres la sal de mi vida, pero hoy sí te lo digo: sal de mi vida.


Me siento como cuando te bañas en el mar, que para que sea lo que es necesita la sal, pero cuando sales estás deseando quitártela con agua dulce, porque el contacto con ella te pone nerviosa.

Eres mi todo, pero quiero que seas nada a partir de ya.

Quiero acallar tu voz, que es a la vez la voz más preciosa del mundo.

Que tus besos, siempre perfectos, dejen de ser solo para mis labios.

No quiero volver a ver esa sonrisa, si quien la provoca soy yo.

Hoy soy todo incoherencia, y por eso te repito: eres la sal de mi vida, sal de mi vida ya.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Tiritando

 Tiritando se metió en la cama. Se encogió, adoptando la primera postura que adoptamos en nuestra vida, como si estuviera en el vientre de su madre, buscando calor. Tapada con el edredón nórdico, buscaba la calidez, pero sabía que tardaría en llegarle, porque hoy dormía sola.

Le castañeaban los dientes, chocando entre sí, de forma incontrolable. Solo quería que el frío se fuera, que su cuerpo entrara en calor. No había otro pensamiento en su mente, solo ese.

Se tapó con la manta hasta la cabeza, como cuando de pequeña se escondía para que el miedo se fuera. 

Hoy quería que el calor entrara, o que el frío saliera, o que todos sus temores huyeran, con la manta milagrosa que todo lo podía.

Entonces le sintió a su lado. Le abrazó con fuerza, notó su cálido cuerpo y se llenó de calma. Su silencio, su suavidad, su protección.

El calor y la paz que siempre aporta el osito de peluche.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Ultimátum

No podía dejar de llorar. Las lágrimas caían sin parar, desde hacía horas. Había olvidado la razón del por qué lloraba, por qué estaba triste, o incluso si estaba triste.


Solo sabía que se había despertado con esa extraña sensación, como si tuviera dentro de sí una canción melancólica, de esas que hipotéticamente escucharías el día que tu pareja te dejara, para sentirte peor aún de lo que ya estarías en ese momento.

Y mientras preparaba el desayuno empezaron a caer las primeras lágrimas. Y al ducharse el agua se había confundido con la cascada de sus ojos. Porque ya no era un pequeño llanto, ya era un río entero desbordando.

De camino al trabajo había podido disimular un poco gracias a la mascarilla, pero ahora seguía y seguía y no había forma de detener los lloros.

Le gustaría poder decir que lloraba porque le había pasado algo, pero no. No había una razón, solo esa estúpida sensación que quería eliminar y no sabía cómo.

¿No sería maravilloso en días así plantearle a tu cuerpo una tregua?

O mejor aún: un ultimátum. O dejas de llorar o paro de respirar, a ver quién es más fuerte. Y las lágrimas pararon; porque con ese sencillo pensamiento se dio cuenta de que no había razón alguna para seguir inundando de pena su corazón. Y paró, porque a tu propia mente a veces es necesario ofrecerle un ultimátum: hasta aquí hemos llegado, tristeza.