lunes, 26 de octubre de 2020

El balcón

Estaba harto de escuchar las conversaciones de sus compañeros de piso.


Esta vez se había equivocado de pleno al elegirles, tan distintos, tan modernos, tan guays, tan inaguantables.

Había encontrado su refugio en su pequeño balcón, donde solo podía sentarse de lado, ya que era minúsculo. Rodeado de plantas resecas (porque nadie se encargaba de regarlas), con un estruendo importante (cosas de vivir en el centro de la ciudad), se sentaba en la pequeña banqueta y se fumaba un cigarro mirando a la calle.

Esta vez le llamó la atención el balcón de enfrente. Con un elefante simpático dibujado en la ventana. Sus colores, su simpatía, le hicieron sonreír tímidamente.

Al día siguiente, de nuevo en su pequeño espacio, se fijó en ese balcón. Pero esta vez estaba ocupado.

Otro chico, más o menos de su misma edad, moreno, despeinado, vestido con un pijama de unicornios, con gafas, se fumaba también un cigarro.

Sus miradas se cruzaron y ambos sonrieron. Ningún gesto más, ni una sola palabra, solo esa sonrisa y una mirada amable.

Así día a día se fueron acostumbrando a encontrarse mientras se fumaban su cigarrillo –maldito/bendito vicio-. Se miraban, sonreían y seguían a lo suyo. Aunque cada vez las miradas eran más largas, jamás se le pasó por la cabeza dedicar una palabra.

Le divertían los diferentes pijamas que el chico llevaba: aparte del de unicornio una gran variedad de animalitos, desde monos hasta osos panda, pasando por jirafas o pingüinos. También toda la colección de Star Wars, y un excéntrico pijama arcoíris.

Nunca se cruzaron nada más que esas miradas, en días soleados o lluviosos, en noches frías o calurosas, solo se miraban y sonreían. Y cada uno volvía a su mundo, pero con una pequeña ilusión: la de volverse a reencontrar cada día en su balcón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario