sábado, 8 de agosto de 2020

Gigante

Salió a pasear como hacía a diario.


Un poco más alejado de su casa, pero no demasiado, ya que tenía la suerte de vivir en un pequeño pueblo de montaña, rodeado de paisajes que todos buscamos , por desgracia no para recordarlos, sino para hacerles fotos.


Caminaba con la mente distraída, mirando más al suelo que al cielo, defecto de un urbanita que no llevaba mucho tiempo viviendo en el campo. El sonido de la naturaleza le acompañaba. Sus pasos, rompiendo ramas, a veces más arrastrados de lo que un buen paseo debería. Las botas acumulando polvo, sumando kilómetros, tomando distancia con la realidad.

Poco a poco se sintió cansado y decidió parar. No había que seguir más allá.

Se sentó en una roca, sacó de la mochila su botella de agua, aún fresca. Se quitó la gorra y bebió con avidez. Descansó los brazos sobre las rodillas, suspiró, miró a su alrededor, y dijo en voz alta: ha llegado el momento.

Se asomó al barranco que tenía a sus pies. Observó el horizonte y volvió a suspirar. Tomó aire, cerró los ojos, pensó en todas las cosas que tenía, más aún en las que había perdido, y pensó que era la hora.

Sí, la hora de volver a casa. La naturaleza una vez más le había hecho sentirse un auténtico gigante. 

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