viernes, 28 de agosto de 2020

Zalamera

Te enfadabas conmigo: “Eres una zalamera”. Cuando en un restaurante hablaba de más con el camarero, o en el taxi con el conductor, o en la tienda con la dependienta.


“Es que te enrollas como las persianas. ¿Por qué tanta charla?”
No eran celos. Sabías que era algo natural, instintivo casi, que me salía solo cuando tenía que relacionarme con alguien.

Siempre pensé que sería más fácil llevarse bien con las personas que lo contrario, y más cuando te iban a atender. Así que actuaba de esa manera, sonreía, entablaba conversación y me sentía bien.
Rara vez la respuesta que encontraba era negativa, al contrario. Pero tampoco buscaba nada.

- “Zalamereas hasta con el cura en el entierro”.
- “Nunca se sabe si podré sacar algo positivo de ello”.

Me llamabas zalamera, pero nunca lo hiciste como una crítica. En el fondo te encantaba esa cualidad, esa manera de conseguir la sonrisa de los demás.

Porque en realidad, así es como conseguí tu sonrisa desde el primer día.

Zalamera, lo sabes mejor que nadie.  

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