domingo, 16 de agosto de 2020

Ñoño

- “Me desesperas cuando te pones tan ñoño. Esa actitud infantil, que parece que te vas a echar a llorar”.


- “Sí, siempre me lo has dicho. Siempre me lo han dicho. Y quizá por eso lo sea. ¿Qué fue antes? Tal vez yo no era ñoño, pero me lo empezaron a decir y acabé convirtiéndome en ello…
La gente debería pensar más lo que se dice a los niños.”

- “Tendríamos que decirles que son súper héroes, según esa forma de pensar”. Cierra los ojos y gira la cabeza, no le soporta. No puede con esa ñoñería, y ese papel de filósofo barato.

- “Tendríamos que decirles lo que son. No lo que creemos que son. Tendríamos que saber mirar y entender mejor. No existe un niño tonto, existe un niño que hace tonterías. Ni el niño del vecino es el más listo del bloque, solo que en algún momento o tema destacará sobre el resto”. Echa la cabeza hacia atrás en el sofá, y sonríe. Le encanta desquiciarla con estas conversaciones.

-“Hay que poner la lavadora”.

-“¿Alguna vez te has parado a pensar que la lavadora es una metáfora de la vida?”

-“Me sacas de quicio. ¡Ñoño!”

- “Te encanto, y lo sabes. Qué palabra tan bonita: ñoño”.

Y se besan. Y en ese beso tan ñoño hay tanto amor como incoherencia. Pero, ¿quién dijo que el amor debía ser coherente?

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