sábado, 10 de marzo de 2012

Promesas que no valen nada


Atronantes. Así suenan los martillazos de los vecinos de arriba. Aquellos que llevan meses haciendo una obra que a este paso será como la del Escorial. No lo aguanto más.

El sol brilla con fuerza. Madrid también tiene muchos días de sol al año, en contra de lo que piensan algunos, que creen que este astro solo brilla en sus ciudades. 

Hoy es el día perfecto para salir a la calle, ir de terrazas, ese aperitivo tan maravilloso. Pasear, charlar, beber unas cañas, reír con los amigos. Como en los anuncios de las cervezas.

Hoy es el día perfecto para seguir comprobando que cada día confío menos en el ser humano. Así, en genérico. Pierdo a cada segundo la confianza. Das tu vida y a cambio recibes vacío. La edad me acerca a la soledad, a darme cuenta de que ante todo uno debe pensar en sí mismo. Pero para eso hay que valer. Y yo no valgo, pero aprenderé. Vaya que si aprenderé. 

Aprenderé a desconfiar de las palabras bonitas, de las promesas, de las risas, de las lágrimas incluso.

"Promesas que no dicen nada", cantaban los Piratas. ¿Cuantas promesas os han hecho que han quedado en nada? Yo he recibido muchas, demasiadas. Y lo peor es que tengo demasiada buena memoria. No consigo olvidar esas promesas, de unos, de otros, de el de más allá. 

Supongo que estoy ya cansada de creer, de tener FE, de luchar por todo y todos.

Cuando te fallan una vez, la primera, duele, pero lo perdonas, porque todos somos humanos imperfectos, llenos de errores, y con derecho "a réplica". La segunda vez empiezas a mosquearte. La tercera ya te sientes humillada, y a partir de ahí dejas de contar. No es que ya no duela, es que te sientes decepcionada. Te fallan, y lo que te duele no es que te fallen, sino que tú pusiste la mano en el fuego por esas personas y te dejaron con la cara partida. 

Cometo muchos errores. Soy un poco prepotente a veces, pedante muchas, cínica. Sé que esos defectos están en mí. Y siempre lucho por superarlos. Por eso exijo también a los demás que me rodean. Si me equivoco pido perdón: ¿por qué entonces casi nadie me pide perdón a mí? "Perdón". Una sola palabra que sienta genial decir y recibir. Pero que poca gente emplea. Pero aún así yo perdono. Y pongo otra vez la mejilla para que en cuanto me despiste vuelvan a abofetearme. Supongo que en esta vida a perdonar aprendes cuando te han tenido que perdonar muchas veces...

No hablo de nadie en particular, no busquéis aquí el nombre de alguien que conocéis. En cambio reconozco que sí hablo de dos o tres personas. Personas a las que les di lo mejor de mí, a las que me abrí, por las que di la cara, y que me han respondido con silencio, con desplantes, con traiciones, con daño. Y supongo que si he recibido eso es porque eso merezco. No hay que buscar más explicaciones.

El caso es que ya he tocado fondo en ese asunto. Necesito salir de esta espiral de dolor en la que puedo volver a caer, ahora que levanto la cabeza. Así que a esas personas les pido un favor: si no queréis estar a mi lado decídmelo ya, pero no me déis más esperanzas de amistad. La amistad surge, se cuida, se mima, se trabaja a diario, no solo en cumpleaños y fiestas de guardar. Quiero rodearme de gente fiel, de amigos que están para lo bueno y lo malo (suyo o mío, claro), de promesas llenas de verdad. 

Desprecio la mentira como nunca desprecié nada. Y ya no paso una. Si me has mentido y yo me he dado cuenta te lo digo ahora: no me busques más. Se acabó. 


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