viernes, 30 de marzo de 2012

Viernes noche



Como cuando tenía dieciséis años y mis padres se iban de puente. Igual que entonces. Hago del salón mi pequeño apartamento para estos días. Lleno mi nevera y mi cocina de comida basura: pizzas, coca-colas, chocolate Nestlé relleno de dulce de leche, bolsas variadas de patatas.

El portátil al lado, el ebook al otro, una charla con el que tantos años después sigue mandándome mil besos y océanos de ternura (y que me confiesa que cocinará mi plato especial mañana), unos abrazos virtuales, y un nuevo método para intentar despejar la cabeza de pensamientos negativos.

No estoy sola, simplemente no tengo a nadie al lado, que es distinto.

La tele bien alta, para que me cueste concentrarme. Prefiero escuchar los gritos de los programas basura a escuchar el silencio que me sigue aterrando. La calma va llegando. En ocasiones te sorprendes cantando a voz en grito, señal de que todo puede mejorar, todo debe mejorar.

Aunque otras cosas me entristecen, como mi crónica incapacidad para convivir con quien más quiero. Como una extraña fuerza negativa que se agarra a mí y no me deja avanzar. Y sin embargo sigo luchando. E intento zafarme de la cuerda que tira con fuerza. Es la cuerda del pasado, luchando contra la del futuro. Y ninguna entiende que yo solo quiero un presente. Sea como sea. Un presente donde al despertar vea la luz, y pueda reír con ganas, y escribir para hacer feliz a quien me quiera hacer feliz a mí. Un presente donde haya ilusiones y esperanzas, sueños y motivaciones. Un presente de victorias, no de empates ni derrotas. De victorias. Un presente de besos y abrazos. Que te hagan comprender que vuelves a ser importante. Que vuelves a ser Diana. Que nunca dejaste de serlo. Que nadie puede borrarte ni desviar tu camino.

Si creciste pensando en ser de una manera debes seguir peleando por ello. Me lo merezco. Merezco ser feliz, como casi todos lo merecemos. Merezco no llorar más. No tener que ahogar las lágrimas cada vez que  recuerdo mi casa de Málaga. ¿Cómo un sitio me puede hacer tanto daño? Cada vez que pienso en vaciar sus armarios, en que tengo que traer mi vida de allí de nuevo aquí. Se me parte el corazón en ese momento. Y sé que no estoy preparada para hacerlo. Que aunque hice una mudanza en Madrid ya dolorosa, nada tuvo que ver con la que tendría y tengo que hacer. Porque aquí fue un año y allí es TODO. Porque jamás uno debe olvidar el lugar donde fue feliz. Y esa casa está llena de esos momentos. Me quedo con ellos, los guardé hace meses en mi caja, pero aún hay restos desperdigados. Y esos no los puedo recoger yo.

Se acerca la Semana Santa. No me importan las procesiones, si llueve o truena, si hace un sol infernal o un viento insoportable. No me importa la meteorología, ni siquiera mi plan de vacaciones. Nada me importa. Solo quiero que si llueve la lluvia borre un halo de tristeza, y si hace viento esa ráfaga se lleve la melancolía, y si es un día soleado que los rayos tuesten la nostalgia.

Hoy he vuelto a tener dieciséis años. Para algunas cosas volvería a esa edad. Pero aún no tenemos el botón de rebobinar. Quizás algún día... ¿volveríais atrás si tuviérais esa posibilidad?



1 comentario:

  1. Yo creo que no deberíamos volver atrás, mirar siempre hacia delante, retroceder solo para coger carrerilla...
    No hay que olvidar los lugares en los que has sido feliz, eso no... ni las personas, ni las sensaciones, tenemos que ser plenamente fieles a estas cosas, sino... no tenemos nada :)
    Tu vive.. poco a poco, pero vive :)

    Océanos de ternura :)

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